Artesanos de hombres

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Estoy convencida de que cualquier actividad humana se vuelve extraordinaria cuando se realiza con pasión, y una de esas tareas que tienen que darse con todo cuanto tienes por dentro porque a quienes está dirigida es lo más valioso que tiene una sociedad, que son sus niños y sus jóvenes, es la de ser maestro. Dicen que “las obras más perfectas de los imperfectos seres humanos, son aquellas que nacen del corazón”.

Guardo memoria de todos y cada uno de mis maestros que le pusieron el corazón a su espléndida labor, esos que la volvieron fuera de lo común, porque no solo eran excelentes transmitiendo conocimientos, sino que nos enseñaron a estudiar y a disfrutarlo porque tuvieron la genialidad de convencernos de que cuanto aprendiéramos en las aulas nos iba a SER ÚTIL EN NUESTRA VIDA COTIDIANA.

Mis maestros fueron tan buenos que los tomé como ejemplo e inspiración, y es que con ellos me enteré de que las matemáticas, aunque jamás me gustaron, servían para razonar. Y que si quería expresarme con claridad verbal y por escrito, tenía que amar la lectura y practicarla todos los días, y en el trayecto adquirí gusto por ella y entonces ya mi imaginación no tuvo limites, y viaje por épocas y espacios insospechados, deslumbrantes, y lo puedo hacer desde un escritorio a veces con luz de día y otras con la de lamparita que me compró mi madre exprofeso.

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A través de la lectura conocí la cultura de los olmecas, de los mayas, de los mexicas… acompañé a Bernal Díaz del Castillo e igual que él me quedé sin habla ante la magnificencia de la Gran Tenochtitlán. Y adoré la lírica de Sor Juana Inés de la Cruz y me aprendí sus preciosas “Redondillas”.

Y fue mi maestro de segundo de Secundaria el que me hizo apasionarme por la Historia de México. Nunca tuve un  profesor que al exponer tuviera la virtud de llevar a su clase completa a la batalla del Cinco de Mayo, de tal suerte que escuchábamos el silbar de las balas y los cañones y nos penetraba la nariz el olor de la pólvora, y hasta brincábamos en el banco para no ser arrollados por el brioso corcel que montaba el general Ignacio Zaragoza y aplaudimos a rabiar cuando venció al arrogante ejército francés… los zuavos derrotados… ¡Sí, señor!

El maestro tiene que tener vocación por educar, por formar. Es un forjador de talento, desarrollador de habilidades, impulsor de sueños, moldeador de conciencias, descubridor de continentes inimaginados, psicólogo, guía y, muchas veces, hasta mamá y papá de sus alumnos, confidente y amigo.

No hay otra profesión que exija tanto de quien la imparte como ésta. Nunca ha sido fácil ser maestro, por eso es tan admirable quien, a pesar de ello, se esmera en serlo. Al verdadero mentor nunca le falta la fe en sí mismo, o no podrá transmitirla a sus alumnos. Tampoco se permite la desesperanza, aunque esté cierto de que las posibilidades no son muchas, porque si sucumbiera nunca podrían sus alumnos alcanzar las estrellas, con las que les ha hecho soñar.

El que educa alumbra entendimientos y ayuda a esas personas a ser libres y solidarias, enseña a mirar sin miedo, porque los conocimientos dan arrojo y seguridad, y aprendes a confiar en tus propias fuerzas y entonces difícilmente te das por vencido.

Tuve la fortuna de tener maestros de esta estatura y, sin duda, les debo mucho de lo que soy y lo que hago. No se conformaron con darnos clases, si no que fueron más allá, nos explicaron el mundo como un espacio de oportunidades y nos entregaron junto con ello las cartas de navegación para que no nos perdiéramos en el trayecto y también una brújula para cuando se nos complicara el trasiego. 

El verdadero maestro asume la trascendencia de su tarea, por eso se prepara todos los días, por eso su entrega es genuina, por eso se ocupa de los niños y los jóvenes puestos bajo su directriz. Por eso convierte en apostolado lo que hace. Yo quiero agradecer a mis maestros cuanto hicieron por mí. Les comparto esta frase de la que infortunadamente desconozco su autor, pero me encantó. Les agradezco a mis maestros porque me enseñaron a “hablar con mariposas y tulipanes, a descubrir horizontes insospechados y a descansar en el pecho de la luna”. Y es que me enseñaron a soñar.

¡Feliz Día del Maestro!


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