Chispitas azules

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Pertenezco a una generación en la que los niños fuimos educados y formados —la generalidad al menos — con mano dura, con severidad. A los niños de mis tiempos nos dominaban nuestras madres con la pura mirada, los regaños se daban con un determinante: “cuando te hable baja la cabeza”. Y nomás que no acatara la instrucción. Mis posaderas y mis pantorrillas supieron de buenos cuerazos que me atizó Rosario, mi madre, con singular regularidad, y bien ganados me los tenía, fui una niña muy rebelde, con “mucha iniciativa” para idear travesuras, me encantaba jugar, pero no atender mis deberes escolares, solo había algo que desde los cuatro años que lo aprendí: leer, me arrobaba, me encantaba. 

Los cuentos de Hans Christian Andersen y de los Hermanos Grimm, me los bebía literalmente hablando, las letras, las hermosas ilustraciones que acompañaban los textos simple y sencillamente me fascinaban. Las matemáticas las detestaba, aprendí las operaciones básicas a cintarazo limpio en dos semanas, después de una tunda que me arrimó mi madre por reprobar tercero de primaria. “No quisiste aprender con tu maestra —me dijo Rosario— no te gustó su método, ahora vas a conocer el mío”. Su método hoy sería muy cuestionado, pero conmigo tuvo una efectividad al cien por ciento. 

Pero punto y a parte. La disciplina y el orden con los que me formó, se los agradezco en el alma, han sido directrices en cada día transcurrido de mi hermosa existencia y no me provocaron ningún trauma, ni resentimiento alguno hacia mi Rosario, ni hacia nada ni nadie.

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Fui una niña muy feliz. Mi madre me amaba con todo su corazón, yo lo sabía en el mío, no había necesidad de palabras de por medio. Mi madre cuidó mi inocencia con esmero, me protegió de cuanto pudiera dañarla, pero hoy infortunadamente, ya no está ocurriendo lo mismo. Pareciera que se tuviera mucha prisa para que esa etapa concluya a la brevedad. Y es muy triste, porque es tan cortita la infancia. Los niños tienen que saborearla y sus padres tienen el deber de generar las condiciones para que así suceda.

Un niño inocente es ocurrente, prístino, espontáneo, es absolutamente feliz. Cuando te abraza es confiado y abierto. Todo lo que sucede a su derredor es mágico, cada detalle que percibe lo introduce en una geografía que lo llena de asombro. Un niño inocente no batalla para percibir y tocar lo bueno de quienes lo rodean. Son oro molido. No espera nada y espera aunque suene a contradicción, esperatodo. Vea a los ojos a un niño inocente, encontrará constelaciones de estrellas en su mirada.

Por qué hemos ido perdiendo los adultos respeto por todo eso. ¿Por qué robarles la inocencia? ¿Por qué ese empeño de tener criaturas miedosas, desconfiadas que a fuerza queremos que crezcan antes de tiempo, que no pueden dormir en la noche solos en su camita, que les espanta la oscuridad y amanecen en la cama de sus padres o se orinan en ella?

 Cuando uno elige tener hijos, se es padre o madre de tiempo completo, no de a ratos. Educar de medio tiempo es errático, y no se vale alegar que se está cansado y que llega hasta la ídem del trabajo, si es que trabaja fuera de casa o si está en casa que igual, porque el hartazgo ya se le subió hasta la mollera. Los hijos no son muletas, no vienen al mundo a llenar vacíos, ni huecos emocionales. Es mejor no tenerlos cuando se esté en semejantes condiciones. ¿Qué derecho le asiste para arruinarle la existencia a una persona que por principio no es apéndice suyo?

 Los niños nacen para ser bien amados, bien queridos, bien deseados, bien protegidos. La mejor manera de hacer personas de bien es hacerlos felices. Lo que usted les dé es lo que van a darle a la comunidad en la vivan. Ni más ni menos. Los niños no están como los adultos, que ya tenemos pasado y nos atormenta el qué va a pasar mañana, ellos solo tienen presente. Los niños saben quién los ama y quien no, ya de adultos perdemos esa cualidad o nos hacemos tarugos, porque así conviene a nuestros intereses. El secreto de la genialidad  – no me acuerdo ahora quien lo dijo, pero lo dijo – es conservar el espíritu de niño hasta la vejez, y esto equivale a nunca perder el entusiasmo.

Muchas felicidades a todos los niños, muchas felicidades a los padres que están haciendo niños felices, muchas felicidades a todos los que han sabido llevar siempre en su corazón al niño que fueron un día, porque eso les sigue permitiendo ser felices, alegrarse con las cosas simples y no llevar cargas odiosas en el ánimo.

 ¡Feliz día del niño!


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