“Yo he luchado toda mi vida por mis ideales, esta pérdida duele, pero por favor, nunca dejen de creer, porque vale la pena luchar por ello”: Hillary Clinton
Las derrotas te enseñan muchas cosas, pero si no las asimilas con inteligencia y espíritu crítico propositivo se pierden en la nada. ¿Cómo procesarlas y convertirlas en un acervo de conocimiento? ¿Cómo se responde ante ellas? Para empezar, cuando decides participar en política, buscar una candidatura y alcanzarla, tienes que entender que unas veces se gana y otras se pierde. Y que perder no hace feliz a nadie, incluso te agobia el ánimo y te nubla las entenderas. Y que si tú no eres capaz de asimilar esta regla inexorable, pues mejor no te metas.
La democracia tiene un elemento que la distingue y que es la elección. Atreverte a participar en ellas es una decisión personalísima, es algo así como lanzarte a aguas infestadas de depredadores, y con plena conciencia de que pueden hacerte tiritas. De modo que para quienes se les dificulta digerir esto, lo más sano es no entrarle. Las derrotas no son fáciles de asimilar, lleva su tiempo remontarlas, pero son todo un desafío que puedes transformar en oportunidades de innovación y crecimiento. El politólogo norteamericano William Riker apunta que “…la dinámica de la política está en manos de los perdedores. Son ellos los que deciden cuándo, cómo y si se sigue peleando”. Por supuesto que lo último que desea un partido político es perder la elección, pero si esto ocurre el resultado tiene que aceptarse, aunque haya alternativas para pelearlas en tribunales. No obstante, como dicen en mi rancho, “hay que tantearle bien el agua a los camotes”, de otra suerte, es mejor destinar ese tiempo a replantear las estrategias para que en la siguiente no se repita la aporreada. Por otro lado, debe entenderse que ser exitoso en política se está volviendo cada vez más subjetivo, partiendo de que las victorias en las elecciones son también cada vez más endebles y volátiles. ¿Por qué? Pues porque se trata de una lucha que no siempre se enfrenta a adversarios “formales”.
Reconstruir el capital político es a lo que el perdedor debe enfocar todas sus baterías, ahí es donde tiene que centrar su energía, su creatividad, su estrategia y las acciones que revertirán los resultados en la siguiente elección. La derrota no es para rumiarse, es para profundizar su visión de la realidad y mejorar como político. Bien aprovechada es una oportunidad para aprender a madurar políticamente. La madurez política la dan las derrotas, no los años. La democracia no es instrumento que genere felicidad, sus alcances son otros, que se resumen en que a través de ella se eligen gobernantes por tiempo limitado. No hay más. Mañana 13 de junio harán 8 días de la elección del domingo. En Coahuila a mi partido le fue muy mal. No ganamos una sola diputación federal y solo tenemos cuatro alcaldías con la consabida disminución de síndicos y regidores. No habrá un solo panista coahuilense en la LXV Legislatura. ¿Duele? Por supuesto. Pasamos de segunda fuerza política a tercera y en algunos municipios nos mandaron a cuarta y hasta quinta. Factores que contribuyeron a esos resultados los hay, internos y externos, propios y ajenos, pero todos sumaron para obtener lo que obtuvimos. Hay dos que nos exigen atención inmediata: la pérdida de confianza de quienes otrora votaban por nosotros y el cómo vamos a recuperarla. Habernos desvinculado de la sociedad, habernos quedado sin mover un dedo después de la derrota de 2018 y sobre todo de la del año pasado, nos lo cobraron el domingo con creces. Antes generábamos esperanza, ahora ya no. Y no va a estar fácil salir del hoyo si le permitimos al divisionismo, al cacicazgo instaurado, al conformismo de migajas, al grupismo rastrero… entre otras plagas, que nos sigan comiendo por dentro.
Tenemos que devolverle el alma al PAN, un partido sin alma, no sirve, se muere… A ver si somos capaces.
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