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La política debería ser la profesión a tiempo parcial de todo ciudadano”.
Dwight D. Eisenhower

Oficialmente han arrancado las campañas, y digo oficialmente, porque de facto, ya hace tiempo que empezaron. Y es verdaderamente deleznable que eso esté sucediendo. Pantomima y circo. Pero así seguirá mientras la tibieza, para no decirle más feo, domine el sentir de un pueblo que se niega a asumir su mayoría de edad, y permita que las cosas sucedan porque estima que no hay nada que hacer al respecto. Hay que continuar dándole respiración artificial a un sistema político encancerado hasta el tuétano, obsoleto, que para lo único que “sirve” es para seguir alimentando a las dos gárgolas insaciables que nos mantienen al margen de un bienestar generalizado, me refiero a la corrupción y a la impunidad, con el beneplácito de un atajo de políticos sinvergüenzas que no llenan de amamantarse de la ubre del dinero de los mexicanos.

¿Qué son las campañas electorales, estimado leyente? Le comparto esta definición: Conjunto de actividades desarrolladas por los partidos, coaliciones, candidatos y o candidatas, destinadas a la captación de sufragios. Pues si eso son… y va la segundilla, pero ¿En qué se han convertido? Usted verá si coincide conmigo. Son una guerra de palabras, y su primera víctima es la verdad. No hay arenga más devaluada que una promesa de campaña. Al cabo que a quienes se las dicen padecen de desmemoria en último grado, o simple y sencillamente, les vale una pura y dos con sal su incumplimiento.

Con lo primero que se topa el destinatario del discurso político que hoy se estila, es que carece de matices, de datos objetivos, de reflexión generada al amparo de un ejercicio de raciocinio, sin arrebatos, sin intervenciones del hígado. No se privilegia el habla sosegada si no el grito. Es el léxico eminentemente emocional el que domina, de modo que ¿para qué hacer hincapié en el contenido? Apuntaba el lingüista italiano Raffaele Simone, que en estas manifestaciones “…no gana el que aporta soluciones más ricas sino el que golpea con más fuerza…” Y peor se pone si el insulto va henchido de odio, que al decir del escritor español Manuel Vicent, es “el arma destructiva de más largo alcance”. Quien insulta está exhibiendo su incapacidad mental para discernir, para argumentar ¿Y se atreve a presentarse para un cargo público de representación popular? Los insultos no tienen justificación, vengan de quien vengan, y menos de alguien que pretende asumir una responsabilidad con consecuencias para una nación. En nuestra calidad de ciudadanos NECESITAMOS distinguir entre un grito visceral y el planteamiento objetivo de una situación en la que se quiere destacar un asunto sustantivo. ¿Qué necesidad de recurrir al insulto? No más polarizaciones, no más divisionismos ¿Para qué nos sirven? Yo quiero, verbi gratia, un Congreso deliberativo, de propuestas, no un entarimado en el que se suben a dar cuenta de sus deficiencias académicas, de su orfandad de sentido común, de la pobreza de su léxico y sobre todo, de su falta de respeto a sus representados. Escuchemos los debates que vendrán, con atención. Por las vísperas se sacan los santos. Olvídese de la propaganda electorera y de la “imagen” que les crea la mercadotecnia a los candidatos, céntrese en lo que sale de su boca, revise su trayectoria, a ver si pasan la prueba de la compulsa. No más votación a ciegas. No dé por sentado NADA. Fíjese a quienes les va entregar su confianza. Nos ha ido como en feria por permitir que lleguen a las Cámaras, a la Presidencia de la República, a las alcaldías, gente incompetente y de ribete deshonesta.

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Otra de las “chuladas” de las campañas de estos tiempos, es hacer tiritas a través de las redes, honras, imágenes públicas, con cientos de personas a sueldo de las denominadas “bots”. Es una deleznable manera de deshacerse de quienes le representen a la nomenclatura en turno adversarios, y limpiar de competencia la elección. Las campañas electorales deben hacerse para conocer las capacidades y destrezas de los postulados, no para engañar, insultar o enlodar. Las campañas se financian con recursos públicos. Nos cuestan millones de pesos. ¿Qué sentido tiene destinar tanto dinero para embrutecer al votante? Si lo que se requiere es darle elementos para que decida informado y con objetividad. Los mexicanos tenemos que modificar nuestro comportamiento cívico. Aprendamos a analizar las propuestas de los candidatos, a ponderar su viabilidad, a pasar por el tamiz de nuestro raciocinio las soluciones a problemáticas planteadas, o seguiremos eligiendo inútiles y sinvergüenzas. No a las críticas destructivas. Los afectados siempre somos NOSOTROS.

Fortalezcamos una cultura política basada en el respeto, promovamos diálogos basados en argumentos y en ideas, rechacemos cualquier tipo de expresión arraigada en la amenaza, la discriminación, la exclusión, la estigmatización o la violencia. Tenemos derechos políticos, ejerzámoslos con inteligencia. Solo así vamos a llevar a México, nuestra patria, por un derrotero distinto, solo así van a entender los partidos políticos, los políticos y el gobierno, en quienes recae la soberanía.


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