Una historia de horror que se acrecienta

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No hay día de Dios que no aparezcan en los informativos televisivos, en los periódicos, en la radio, en las redes sociales, noticias sobre la violencia armada y el alto número de homicidios que se registran en nuestro país. No es, tristemente, nada que nos sorprenda, toda vez que desde hace tiempo, el fenómeno forma parte de la cotidianeidad mexicana. Y tan no es nueva, que los últimos presidentes han intentado con diversas estrategias, sin éxito, abatir el número de homicidios, ni poner un hasta aquí a los cárteles de la droga, responsables en su mayoría, del baño de sangre que agobia a nuestra tierra.

Hay once variables, según los estudiosos del tema, que propician la violencia y la inseguridad: pobreza y marginación; infraestructura física precaria; violencia intrafamiliar; presencia de pandillas juveniles; presencia de delincuencia organizada; presencia de armas, drogas y alcohol; presencia precaria de autoridad; ambiente de impunidad y procuración de justicia; bajos niveles de organización comunitaria y de cohesión social; ausencia de cultura de la legalidad e, impactos transnacionales de la criminalidad. Ergo, atender las causas para enfrentar la impunidad, recuperar los espacios libres de violencia y construir desde lo local una mayor confianza en las autoridades, a más de mantener la lucha contra la corrupción, es requisito sine qua non, si esto no se hace, estamos del nabo, y lo estamos viendo, matan gente a plena luz del día, y aunque juran las autoridades “llegar hasta las últimas consecuencias” –detesto la frasecita– , no pasa nada. Y vemos como se afianzan los delitos de alto impacto, como la extorsión, el homicidio y la desaparición forzada.

¿Qué sucede? Nuestro país cuenta con instituciones de seguridad en un marco legal en el que existe un sistema penal acusatorio –me consta, nació cuando yo era diputada federal y me tocó trabajar en su factoría– , implementado un certificado único policial y acreditaciones de control y confianza, sumado a la inversión de herramientas tecnológicas de combate a la delincuencia. ¿No funciona? ¿No se aplica adecuadamente? Algo está mal, lo que vemos es un avance pavoroso de la delincuencia organizada y una autoridad que sirve para dos cosas: para nada y para nada. ¿Qué está fallando? ¿Acaso las condiciones laborales y de seguridad que deben tener las personas que trabajan en las instituciones de seguridad? En países como Chile, por ejemplo, los carabineros, sus policías, son de los mejor pagados del mundo, y su nivel de vida es alto. Asimismo, la Policía de Investigaciones, que es una institución de carácter civil, que tiene como función principal, pero no única, investigar y aclarar los delitos que ya han ocurrido, goza de excelentes prestaciones. Tuve la oportunidad de conversar con algunos de ellos precisamente cuando trabajamos sobre el sistema penal acusatorio, y estuvimos en aquel país, para empezar, se sienten orgullosos de su labor, se les nota. Son personas preparadas, educadas, el estado se ha ocupado de su desarrollo integral. Ah…y no les toleran ni un solo acto de corrupción. Al primero se van. Me decía uno de los carabineros a pregunta expresa: ¿Por qué voy a perder el bienestar de mi familia y el mío por infringir la ley? La gente les tiene confianza y respeto. ¿Comparamos con nuestro país? El Instituto Nacional de Geografía y Estadística en su encuesta sobre percepción de inseguridad revela que el 61% de las y los mexicanos se sienten inseguros en su ciudad y un 74.6% considera insegura su entidad federativa. Asimismo, la Secretaría de Seguridad Ciudadana, el miércoles 17 de abril, a unos días de la llegada de los surfistas extranjeros a México que asesinaron en Ensenada hace unos días, informaba que se registraron 101 homicidios en todo el país, rompiendo la media nacional de 77 homicidios diarios que se venía contabilizando. ¿Y todo está bien?

Es relevante subrayar que los efectos de la violencia no sólo deben ponderarse a la luz de estadísticas aisladas o no relacionadas entre sí, también deben pasar por el tamiz de las realidades que se ciernen sobre los límites de la violencia en México, como son los métodos de intimidación y de terror aplicados por los carteles de la droga, en constante transformación. Cada día la violencia de estos es más desalmada, ha pasado, como expresa la Doctora Rossana Reguillo, de ser una “violencia utilitaria, cuyos fines son legibles o aprehensibles para la experiencia —te mato para robarte, te aniquilo porque tu presencia estorba mis planes, etcétera”—, a una violencia caracterizada por hechos atroces, donde la muerte del otro no es suficiente”. Decapitados, desmembrados. Se multiplican los episodios de terror, las fosas clandestinas y el dolor, la angustia, la impotencia de las familias y grupos de voluntarios buscadores de personas. 2710 fosas clandestinas en enero de 2023. Grandes extensiones de nuestro país se están convirtiendo en tierra del narco, pero gobernadores de esos estados y el titular del Ejecutivo federal dicen que no pasa nada.

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El 2 de junio tenemos elecciones, me horroriza pensar que haya electores en esas zonas de riesgo, que no se presenten a votar por el pánico sembrado por la delincuencia organizada. ¿A quiénes beneficia el ausentismo? Han asesinado candidatos. Y hay candidatos que han renunciado a su candidatura ¿nomás porque sí? Sólo los duros de entendederas pueden pensar que el país, nuestro país, va por buen rumbo.


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