¡Prueben su inocencia!, grita el tirano

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Por: Diego Fernández de Cevallos

Todos los indicadores demuestran que los grandes problemas nacionales crecen día con día, así como el reproche por la inexistente política oficial para resolverlos. La imagen del Ejecutivo (aunque va a la baja) es buena en el sector de la población culturalmente vulnerable y manipulado con la derrama de recursos, por ser los más empobrecidos.

Sin embargo, al comenzar la segunda y última etapa del sexenio, no hay propósito de rectificar, y el enfermo al volante acelera directo al precipicio.

Su exigua conciencia —si es que tiene alguna— le debe recordar que no ha sido capaz de asumirse como Presidente de todos los mexicanos y lograr la unidad nacional para el esfuerzo común. Su pequeñez lo mantiene como pandillero rijoso, arropado por un grupúsculo de reptantes advenedizos, claro, con honrosas excepciones. Nadie, en su sano juicio, puede apoyar al corrupto gobernante y enloquecido depredador.

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Sus odios, resentimientos y complejo de inferioridad lo torturan frente a los que se han superado intelectualmente, y los tilda de “perversos aspiracionistas”; los que generan empleos y riqueza le resultan saqueadores del “pueblo bueno”, y los que no se humillan ante su narcisismo son “apátridas, neoliberales y conservadores”. ¡Todo es culpa del pasado!

Tales reacciones reflejan la aguda exacerbación que padece, está desolado al constatar que pasará a la historia como el creador, verdugo y sepulturero de sus alucinaciones “transformadoras”.

Su circo diario y mañanero es comicidad involuntaria, patética y verborrágica, al extremo de ocupar minutos (eternos) para hacer saber, urbi et orbi, la retahíla de inmundas leperadas (que nadie conocía) agraviantes para su esposa, y concluir con merecidas injurias contra sí mismo. Ese depravado episodio exige que en su historia personal no falten dictámenes psiquiátricos.

Lo anterior —y mucho más— nos da certeza que lo peor está por venir en esta proterva pesadilla. Mire usted, dejemos a un lado el repertorio de mentiras, pugnacidades, insanias y chuflas presidenciales y analicemos tres obsesiones compulsivas del susodicho dirigidas a sus perseguidos:

  1. “Preséntense, el que nada debe nada teme”.
  2. “La justicia está por encima de la ley y del debido proceso”.
  3. “Prueben su inocencia”.

Pues, de frente le respondo:

  1. Es un canalla quien invita a sus perseguidos a que se presenten sin temor, cuando sabe que los esperan verdugos a su servicio en la Fiscalía y algunos juzgados a modo.
  2. Toda justicia exige al juzgador someterse inexcusablemente a la ley, respetar el debido proceso y la presunción de inocencia.
  3. Que los adversarios prueben su inocencia, y no la Fiscalía su culpa, es el alarido siniestro de los tiranos.

A esa barbarie deben enfrentarse, con dignidad y valor, los hombres y mujeres libres que aún hay en México.


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