¡Al ladrón, al ladrón!, grita el multihomicida

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Por: Diego Fernández de Cevallos

A los médicos y demás héroes de la salud.

Como los ladrones que facilitan su fuga gritando: “¡al ladrón, al ladrón!”, su Alteza Pequeñísima —después de tres años y miles de agonías y muertes— mostró su furia, dio un manotazo y advirtió a sus Gatitos de Angora que no les tolerará ninguna excusa más ante el desabasto de medicinas (se dijo cansado de los reclamos de la gente) y les ordenó la solución “inmediata”.

Enseguida se supo de agradecimientos por “tan justificada indignación presidencial” y, también, de algunas mentadas de madre, pero Deus quedó, por lo pronto, sin mancha, culpa o responsabilidad.

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Pero esté usted seguro de que no habrá manotazo, enojo marrullero ni culpas trasladadas a “los inferiores” que borren la verdadera historia de esta siniestra matanza, causada por la soberbia, ineptitud y locura del enfermo que dispone de gran poder destructor.

Los antecedentes de esta atrocidad están en documentos del gobierno, son públicos, irrefutables e imprescriptibles, y se concretan a lo siguiente:

1) Bajo la premisa de que las farmacéuticas, coludidas con funcionarios de gobiernos anteriores, saquearon al país, él (personalmente él) ordenó la cancelación inmediata de los contratos habidos con las “corruptas proveedoras” nacionales y extranjeras. Ofreció exhibir las pruebas de esos delitos y poner en manos de la justicia a los atracadores. Después de tres años no se conocen tales pruebas, y no hay nadie ante la justicia.

2) Dispuso que las dependencias del gobierno (que él decidió) compraran directamente las medicinas con apoyo de instituciones internacionales para dotar a las adquisiciones de legalidad y transparencia. Suprimió, evidentemente, el complejísimo y delicado sistema de distribución en el país. Supuso que era una tarea equivalente a comprar arena en las playas del mundo, lo que solo requería “95 por ciento de honestidad y 5 por ciento de capacidad”.

3) Esas decisiones —personalísimas de él— produjeron de inmediato el criminal desabasto de medicamentos en el país y, consecuentemente, inenarrables sufrimientos y cientos de miles de muertes; tragedia que subsiste y que no se resolverá con el voluntarismo de un irresponsable.

4) Durante tres años él y sus secuaces negaron el desabasto, culparon de golpistas a niños y adultos dolientes, acusaron a conservadores y farmacéuticas de difamar al gobierno para seguir robando, pero el drama creció.

5) Ahora, aplastado por la realidad, constatada su ineptitud (y agobiado por tantos reclamos) urdió una más de sus salidas tartufianas: dio un manotazo, puso cara de enojado y culpó del desabasto (que negó durante tres años) a sus tres cercanos monigotes.

Aunque grite: “¡al ladrón, al ladrón!”, es, conforme al código penal, un alevoso y traicionero multihomicida; y no quedará impune. .


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