Por: Diego Fernández de Cevallos
Siempre será bueno que el gobierno dialogue con las cúpulas empresariales (como debe hacerlo con las organizaciones de trabajadores), porque los empresarios y los trabajadores son partes fundamentales en la vida y en el impulso de las naciones, y los gobiernos solo deben garantizar las condiciones propicias para lograr el desarrollo integral de los seres humanos en bien de la nación. Ir más allá es atropello.
De ahí a que en las condiciones actuales esos diálogos fructifiquen aquí, hay gran distancia, por dos motivos:
El primero, porque es histórica la recíproca repulsión entre López Obrador y los empresarios. Se detestan, se aborrecen entre ambos. Él no lo oculta en público, ellos no lo esconden en privado, aunque unos pocos están cómodos aumentando sus haberes y recordando un pasado a veces traicionero.
El segundo, porque su Alteza Pequeñísima se mantiene en lo único que sabe hacer: agredir, injuriar, difamar, destruir, dilapidar los recursos públicos y atizar el encono social. Los empresarios operan en la resistencia, defienden sus intereses (a lo que están obligados ética, económica y socialmente) e invierten lo menos posible porque no hay ley ni autoridad que los ampare de manera eficaz frente a las fechorías gubernamentales, la violencia creciente y la anarquía total. No son pocos los capitales y proyectos que han puesto pies en polvorosa y, salvo una veintena de beneficiados, los demás esperan que termine esta pesadilla.
El gobierno y los empresarios no han roto lanzas: aquél, después de arrasar con los ahorros que le dejaron los odiados gobiernos “neoliberales”, ahora trata de esquilmar a los que tienen, para mantener y aumentar su clientela, en sumisión ominosa, con los que no tienen. Eso explica que a los 20 o 30 grandes empresarios que, con nombres y apellidos, tildó Tartufo de “saqueadores de la nación” ahora los indemniza por la arbitraria cancelación de obras, les otorga nuevos y jugosos contratos y los agasaja en Palacio Nacional. Él y ellos ocultan públicamente sus desconfianzas y muestran la falsa alegría de la cohabitación necesaria y recíprocamente pagada. Si él no está capacitado para rectificar, a ellos no se les puede pedir que se suiciden, pero ya se verá en qué termina ese ayuntamiento cuando se recrudezcan la pobreza y la barbarie que van a todo galope.
Lo cierto es que, ante el endemoniado acoso y destrucción de nuestras instituciones, por parte de un oficialismo cavernario, los hombres y mujeres de buena voluntad estamos obligados a defenderlas como sea posible (empezando por el INE y el CIDE, A.C.), y a resistir para sobrevivir, conjurando las misas negras que celebra el siniestro hechicero tropical que “humildemente” se solaza en el Palacio de Hernán Cortés.
El acero se forja en el fuego, y las naciones en la adversidad.
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