¿Negociación o concesión?

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Hay que decirlo sin rodeos: el secretario Miguel Ángel Osorio Chong llevó a cabo un gesto audaz en la política. Es mezquino no reconocerlo. La política, en muchas ocasiones, está hecha de eso: aprovechar momentos y circunstancias y dejar que el instinto actúe. Es cuando se ve el oficio, la madera y hasta las mañas. Incluso, si la aparición del secretario en el templete ante los estudiantes fue planeada o negociada con antelación —lo cual también hablaría bien del oficio— no le quita la audacia, pues es claro para todos que los estudiantes no eran un grupo controlado ni, mucho menos, proclive al gobierno. Bien ganada la foto por parte del secretario que supo sorprender y salir airoso de lo que podría haber sido un verdadero circo romano en la que su cabeza terminara volando entre la muchedumbre.

Pero todo tiene sus costos y derivaciones. No todo fue éxito para el gobierno en el tema del IPN. Lo primero que hay que hacer notar es que, si bien la aparición de Osorio Chong fue impactante, hay que recordar que al secretario de Gobernación los muchachos lo obligaron a leer un texto. La directora del Politécnico se enteró, por boca del funcionario político más importante del gobierno, de que se pedía su cabeza entre aplausos de estudiantes a la lectura de Osorio Chong. También fue sorprendente que los jóvenes rechazaron la oferta del secretario de tener una respuesta en media hora. Tres días, dijeron los estudiantes. La complejidad de las solicitudes estudiantiles, consideraron sus autores, daban para un poco más de análisis que el que ofreció inicialmente Osorio Chong.

También lo sucedido en Bucareli deja claro que la oficina donde se solucionan los problemas educativos es esa. La SEP no sirve para nada en materia de solución de conflictos con maestros o con estudiantes. Quedó absolutamente al margen y fungió como oficina de prensa para desmentir la renuncia de la directora del IPN. A eso se limitó porque a eso la redujeron. No hay más secretario que Osorio Chong, parece ser el mensaje.

Llegó el día de la solución y el secretario, fascinado con la imagen de sí mismo, se desenvolvía con desparpajo con los muchachos. Queriendo mostrar su aliviane institucional, usó con ellos expresiones como “la neta”; sabía que ganaría otra partida. De todos los problemas que están en la mesa del gobierno —Guerrero, Tlatlaya, economía—, él desactivaría uno no tan grande pero sí aparatoso. Así que con la venia estudiantil y mediática, el secretario anunció el resultado de su análisis y de las negociaciones: les dio todo lo que pedían. A nada le pusieron un pero. Una negociación que se convirtió en absoluta concesión.

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Había, por supuesto, cosas muy atendibles en el pliego estudiantil. Pero al gobierno todo le pareció magnífico. Le parece muy bien cómo están las cosas en el IPN y siente que no necesita modernizar algunos de sus programas y que ni siquiera requiere de vigilancia en sus instalaciones. Los estudiantes, no satisfechos con la cabeza de la directora, querrán pasear el cadáver sacrificado en la siguiente marcha o ir a visitarla a la cárcel.

Todo quedó en un gesto. Porque el problema del IPN no se solucionó, simplemente se aplazó. Por eso Chong les ofreció dar solución en media hora a lo planteado, porque les daría todo. Para lo que hizo les hubiera ofrecido lo que decía el clásico de San Cristóbal: que lo solucionaba en quince minutos.


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