Aguililla, Michoacán

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No hay ejemplo más ilustrativo de la ausencia del Estado mexicano que lo que acontece con el poblado de Aguililla en Michoacán. El pequeño poblado ilustra la política en contra de los grupos delictivos de la actual administración. Abrazos y no balazos parece significar sálvese quién pueda. El abandono del Estado hacia estos ciudadanos no deja de sorprender. El olvido al que han sido relegados es lacerante. Llama la atención que la única institución que ha mostrado interés por las condiciones de los habitantes haya sido el nuncio apostólico de la Iglesia Católica. Un interés bizarro puesto que es al Estado a quien corresponde aliviar la situación. Con todo, su presencia exhibe que al menos para una parte de la sociedad los pobladores de Aguililla siguen siendo importantes. Se echa de menos la presencia del ejército o de la marina o de la guardia nacional, instituciones a las que compete pacificar la zona. López Obrador apenas ha comentado en las mañaneras nada relativo a Aguililla. Da la impresión de que la seguridad de los ciudadanos no es asunto apremiante de las autoridades, en todo caso es tema exclusivo de los agulillenses que deben de enfrentar al crimen organizado. Abandono y soledad padecen los habitantes del pueblo michoacano.

Lo peor del caso de Aguilla es que exhibe la importancia que las vidas tienen para el Estado mexicano: ninguna, excepto si es la propia. La ausencia de una estrategia clara delata una situación insostenible. No se sabe muy bien a qué están esperando las autoridades a solucionar un conflicto para que el que son los únicos competentes y responsables. La indiferencia hacia Aguililla demuestra que el Estado no respeta la igualdad entre los mexicanos, que la libertad depende de las circunstancias, que la igualdad y la libertad únicamente son atributos del azar y no del derecho. La impotencia, la humillación y el abandono de los habitantes del pueblo es inconcebible. No hay explicación posible, excepto que no significan nada para nadie. Esta deshumanización de las vidas de tantos mexicanos muestra la categoría de las autoridades. El humanismo en los hechos es otra palabra carente de sentido. Si el Estado resulta incapaz de socorrer a los michoacanos rehenes del crimen organizado, no se sabe muy bien para qué está. Pero el abandono invita a sospechar otros intereses, de otro modo no se entiende la parálisis para solucionar el conflicto.

Aguililla muestra lo que es el Estado mexicano, un aparato involucrado en esa extraordinaria transformación que no tranasforma nada y en la que carece de importancia la vida de los mexicanos. Resulta epatante la inmovilidad, la parálisis, la incompetencia de las instituciones del Estado para ofrecer solución a una situación insostenible. La soledad y el abandono, el olvido de facto de los pobladores de Aguililla, son un baldón para las instituciones mexicanas. La dramática ausencia del Estado. Quizás exageró el exembajador Landau sobre el control de un 35% del territorio mexicano por parte del crimen organizado. Con todo, Aguilla muestra las consecuencia de esa ausencia del Estado, un abandono que exige el regreso del Estado por vía de urgencia.


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