La semana próxima se cumple un año del inicio de la agresión rusa a Ucrania. El tiempo vuela y dejó una estela de desolación a su paso. Suena increíble que en tiempos supuestamente modernos un país pretenda desaparecer a otro. El clamor por recuperar la convivencia pacífica se extendió por todo el mundo, pero ni la Asamblea General de la ONU, ni su Consejo de Seguridad pudieron detener la agresión. A pesar de la opinión de la inmensa mayoría de países, la Federación Rusa siguió adelante.
No ha sido la primera agresión impulsada por Moscú, anteriormente también había agredido a Chechenia y a Georgia en este siglo, y a varios más en el siglo pasado, además de distintas intervenciones militares (Afganistán, Siria, etc.). El presidente ruso, Vladimir Putin considera que la Federación Rusa no sólo es heredera de la Unión Soviética, también es del Imperio Zarista, y busca afanosamente expandirse en países que anteriormente fueron sus súbditos.
Después de haber invadido exitosamente varios países, de haberle arrebatado a Ucrania la península de Crimea en 2014 y de infiltrar agentes en las provincias orientales de ese país, creyó que podía invadirla como si fuese un día de campo. Sus declaraciones arrogantes dieron la impresión de que sus ejércitos arrasarían toda defensa y se apoderarían de todo el país en una o dos semanas.
Pero se encontraron con una férrea resistencia que no esperaban. A pesar de acercarse a la capital no lograron capturarla y después de haber tomado el 40% del territorio, poco a poco, se replegaron hacia su frontera y hacia el mar. La determinación ucraniana fue mayor que el espíritu de combate de los agresores. Las bajas han sido considerables, el impulso agresor ha cobrado más de 200 mil vidas ucranianas (incluidos 50 mil civiles) y ha perdido 150 mil de las propias; hay 10 millones de desplazados, entre ellos 8 millones que han huido a los países vecinos. Las pérdidas económicas del país agredido se estiman en 138 mil millones de dólares y su PIB se contrajo un 35% en 2022; las pérdidas para Rusia no han sido calculadas pero es evidente que su mayor pérdida es en el orgullo nacional y en el respeto/temor que infundían en otros sus fueras armadas.
La causa eficiente de la guerra fue que la mayoría de los ucranianos se sentían ya parte de Occidente, de la Europa liberada del comunismo a pesar de su larga dependencia de Moscú. Ese sentimiento lo manifestaron repetidamente provocando a Putin pues iba en sentido contrario a su obsesiva idea de volver a la Gran Rusia. Defenestraron al presidente cercano a Putin y colmaron las plazas de Kiev en apoyo a la visión occidental; ni la pérdida de Crimea ni los levantamientos en las provincias orientales de Lugansk y Donetsk, los hicieron desistir de su sentimiento.
Los soldados rusos nunca fueron los más aguerridos ni contaban con el mejor equipo; no sabían porque luchaban y estaban lejos de sus hogares. Por el contrario, los soldados ucranianos defendían su terruño y sus casas, con un espíritu de combate formidable supieron usar sus equipos militares -no muy diferentes de los de Rusia-, esos sí con mantenimiento adecuado.
Ciertamente Ucrania ha contado con apoyo logístico de Occidente que ha enviado ayuda de distinto tipo, pero ha sido el espíritu de resistencia de su pueblo el verdadero triunfador. Debemos aprender a defender lo que nos importa. Antes de requerir usar armamento militar debemos tener en alto el espíritu cívico para impedir todo intento de dictadura.
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