Botón de muestra

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Hace un año, el mundo quedó cubierto en su totalidad por la sombra de los efectos de la pandemia. En los distintos continentes fueron expuestas, bajo el desafío del coronavirus, las debilidades en las condiciones de salud y la estabilidad en los ingresos de varios millones de personas. Así, desde el confinamiento en los hogares, son muchos los que, lamentablemente, han sufrido el fallecimiento de un ser querido o bien, el cierre temporal o definitivo de sus lugares de trabajo. Si en algo se conjuga la vida actual, ha sido en la incertidumbre.

Justo por eso. Por la dureza de las condiciones y la crudeza de sus efectos, en muchos nació la idea, en aquellos meses, de que la pandemia nos conduciría a una sociedad más solidaria y colaborativa. Especialmente porque evitar la progresión de la enfermedad covid-19 requiere de la cooperación de todos los seres humanos; así como la mitigación de sus impactos en actualizar lo más rápido posible las prioridades de los sistemas institucionales, cuando no revertir sus deficiencias. Reto mayúsculo si se considera, además, que en muchas partes del mundo, estos sistemas se han dedicado de tiempo completo a la polarización y a la desinformación, en vez de convocar a la suma de esfuerzos.

La evidencia alrededor del mundo muestra una humanidad ni más solidaria ni más colaborativa. Sin duda, el mejor ejemplo de ello es Estados Unidos. El entonces presidente Donald Trump mantuvo la polarización como el principal eje de su gobierno. En la arena global ya había retirado apoyo político y recursos económicos a los distintos organismos internacionales, entre ellos los vinculados a la preservación de la salud. Además, en coherencia con sus afrentas, cerraba vuelos comerciales con China para evitar una espiral de contagios, según su gobierno, cuando en realidad la carga mortal de coronavirus aterrizaba en aviones de procedencia europea.

En lo interno, la desinformación normó la comunicación estratégica desde el inicio de la administración Trump; y el manejo de la pandemia fue un pretexto más para mantener encendida la lealtad de su base de votantes, a costa de una sociedad cada vez más confrontada y enferma. El entonces mandatario, durante los meses más retadores de 2020, se la pasó concediendo espacios a la politización de los temas científicos, empezando por la negativa a difundir el uso de cubrebocas como principal frente de contención médica ante la ausencia de la vacuna.

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Todavía hoy el gobierno del presidente Joe Biden, que cambió radicalmente y para bien la política pública, sigue pagando las cuentas heredaras de su antecesor. No sólo porque Estados Unidos se mantiene a la cabeza como el país más mortífero y con mayor número de casos confirmados de covid-19; sino porque parte de su sociedad sigue con los dos pies asentados del lado de la irresponsabilidad ante la falta de coherencia en la comunicación al inicio de la pandemia. El último capítulo lo protagonizó Miami el fin de semana, ciudad donde su policía se vio obligada a utilizar pelotas de gas pimienta y a arrestar a decenas de jóvenes para dar por terminada la alta concentración en sus playas, ante el riesgo de una nueva ola de contagios.

En medio de este escenario gris, todavía existen algunos destellos de esperanza. Tras años perdidos donde las elites políticas fueron incapaces de coordinar acciones efectivas para cumplir los Objetivos de Desarrollo del Milenio —junto con la amenaza presente de que los Objetivos de Desarrollo Sostenible corran con la misma suerte—, finalmente la pandemia nos mostró que, cuando existe voluntad y recursos, sí es posible concertar una acción multilateral que cambie el curso de la historia. Tan sólo el gobierno de Estados Unidos desembolsó 18 mil millones de dólares y la Unión Europea casi 3 mil 800 millones adicionales para encontrar la vacuna, sin olvidar las cuantiosas aportaciones de fundaciones, empresas y donantes privados.

El covid-19 es el botón de muestra de que, a pesar de la polarización y la falta de incentivos alineados, la humanidad tiene márgenes para encontrar la solución a los problemas que desafían su propia existencia.


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