El pez muere por la boca

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A pesar del conocido refrán que dice “soy dueño de mis silencios y prisionero de mis palabras”, hay personas incapaces de refrenar su lengua a pesar de tener una alta investidura. El más claro ejemplo fue Luis Echeverría quien nunca dejó de opinar, y de pontificar, en asuntos que no conocía suficientemente. Por hacer declaraciones absurdas no sólo afectó la tranquilidad social sino se ganó el comentario que para él “hablar es una necesidad fisiológica cuya satisfacción periódica resulta inaplazable” (Daniel Cosío Villegas).

Aún ahora, después de más de 40 años lo que más se recuerda de él es que se distanció de la represión de su antecesor (dos de octubre) pero generó la propia (10 de junio), que gobernó la primera mitad de lo que se conoce como la “Docena Trágica”, periodo gubernamental donde terminó el crecimiento económico del “desarrollo estabilizador”. Su gobierno y el que lo sucedió (López Portillo) inhibieron la inversión privada para fomentar la que realizaba el Estado. Crecieron innecesariamente la burocracia y los puestos de trabajo en empresas públicas, desatando la inflación a niveles nunca vistos desde la Revolución.

Los dos gobiernos de la Docena Trágica fueron presa de declaraciones triunfalistas y de proyectos faraónicos porque vieron en el petróleo una ilusa palanca de desarrollo que condujo a México al desastre. Queriendo aprovechar en sus sexenios el alto precio del petróleo endeudaron al país mediante préstamos internacionales hasta que bajó el precio del crudo y tuvieron que aceptar devaluaciones que destruyeron sus sueños guajiros.

Declarar por declarar sin sustancia, o hacerlo sujetos a vaivenes del destino o de los mercados condujo a ambos mandatarios a situaciones penosas que finalmente pagamos los mexicanos. Algunos entraron en quiebra, perdiendo el patrimonio de varios generaciones y todo por el sueño de hacer crecer empresas gubernamentales que saquearon las arcas nacionales sin agregar puestos de trabajo permanentes.

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Ambos anhelaron reconocimientos internacionales pero lo que lograron fue el empobrecimiento general. Las empresas estatales nunca tuvieron resultados de excelencia,. Demandaban siempre recursos fiscales que cubrieran sus fallas. PEMEX debió seguir el ejemplo de PDVSA (Petróleo de Venezuela, S. A.) para mejorar su eficiencia y eficacia, logrando el resultado inverso: que PDVSA siguiera el modelo de PEMEX y produjera cada vez menos petróleo, eso sí mediante declaraciones de los respectivos dirigentes con su visión trastocada de un futuro que no llegó.

En Relaciones Exteriores, excepto por el comportamiento frente al golpe de Estado en Chile, ambos gobiernos priístas fueron candil de la calle y oscuridad en la casa. Combatieron la izquierda doméstica al tiempo de asilar a muchos izquierdistas latinoamericanos en México.

Las declaraciones que no son acompañadas de hechos normalmente quedan en pirotecnia y humo. El actual inquilino de Palacio quiso repetir la saga chilena, pero no se apoyó en el orden constitucional. Se limitó a pedir al embajador mexicano en Lima que le diera asilo político a quien intentó hacer un golpe de Estado mal planeado y peor ejecutado. Además, criticó la decisión peruana apegada a su constitución cuando la Doctrina Estrada por ya casi un siglo pregona que México debe reconocer a los gobiernos constituidos bajo su legislación interna. El inquilino declara como si el depuesto Castillo no hubiera violado la constitución peruana intentando desaparecer el Pode Legislativo. Si así se comporta en Política Exterior no dudemos que también lo haga en la Interior aunque viole nuestra constitución. Ojalá y sus declaraciones lo hagan decir más incoherencias y haya materia para inhabilitarlo como a Pedro Castillo. El pez muere por la boca, igual en Perú que en México.


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