Por: Alejandro Díaz
Evidentemente la Ecología no es su fuerte, le importan sus proyectos sin interesarle nada más. Nunca intentó hacer un plan detallado del Tren Maya ni pensó en las posibles dificultades que se encontrarían en el trazo, fueran zonas arqueológicas, reservas ecológicas o áreas urbanas. No se detuvo ante certificados de impacto ambiental, de detallar una ruta crítica, bueno ni siquiera de un presupuesto cercano a la realidad. Y luego lo ‘reservó’ como de seguridad nacional.
Se le han atravesado casi todos los problemas posibles: cambios de ruta, atrasos, exceso de gastos, decisiones controvertidas, descubrimientos de restos arqueológicos inesperados y protestas de vecinos por afectaciones a fincas urbanas. La reacción a cada problema nunca fue razonada sino emocional. Declaró que sus enemigos políticos le levantaban obstáculos y los publicitaban para dificultar la construcción. Apenas hace unos días, sin reconocer sus propios errores, decidió cambiar al responsable. Pero en vez de sustituirlo por un funcionario capacitado y experimentado impuso a un oscuro burócrata comprometido con él y su absurdo modo de decidir.
Difícilmente el nuevo responsable del Tren Maya va a poder concluir la obra en tiempo y forma dentro de un presupuesto razonable. Sigue sin contar con un plan coherente para trazar y construir los 1,500 kilómetros del supuesto recorrido, respetar los vestigios arqueológicos y proteger a las reservas ecológicas, incluyendo especies animales y forestales.
El progreso tiene muchas caras, y Quintana Roo lo sabe bien. Hace cincuenta años era aún un territorio pobre sin suficiente población para convertirse en estado. Su relativo aislamiento del resto del país lo mantenía en un absoluto subdesarrollo con tan sólo dos pequeños polos turísticos: Cozumel e Isla Mujeres. El desarrollo de Cancún cambió radicalmente su realidad aprovechando la cercanía al sur de Estados Unidos y detonó lo que ahora se conoce como el Caribe Mexicano, incluyendo la Riviera Maya, región convertida en uno de los mayores atractivos turísticos del país.
Es entendible que se intente aprovechar la afluencia turística a la Riviera Maya para detonar el desarrollo de los estados vecinos (Campeche, Chiapas, Tabasco y Yucatán) y del propio Quintana Roo, pero hacerlo sin un plan fue tirar el dinero a la basura. Quizá sí logre terminar el Tren Maya pero difícilmente va a alcanzar su sustentabilidad ni el equilibrio financiero. De por sí muy pocos sistemas ferrocarrileros de pasajeros en el mundo pueden subsistir sin apoyos gubernamentales, el proyecto caprichoso de este tren mal pensado y peor ejecutado no subsistirá el sexenio.
De los ocho tramos comprendidos, los tres primeros (de Palenque a Izamal -635 kms.-) tienen pocas complicaciones porque aprovechan el actual trazo ferroviario. Del resto no puede decirse lo mismo aunque inicialmente se dijo que aprovecharía el derecho de vía de las carreteras federales. De Izamal a Cancún, y de ahí a Playa del Carmen, Tulum y Bacalar (tramos que suman 621 kms.) son donde ya enfrentan múltiples ajustes del trazo por diversas razones, desde afectaciones urbanas hasta preservación de ecosistemas y zonas arqueológicas. Ahí se dice que tuvieron que derribar 22,000 árboles en un trazo que ya no usarán y tendrán que derribar otros tantos (o más) para dar continuidad a la obra.
Pero el séptimo tramo, de Bacalar a Escárcega (287 kms.), es el más complicado, atraviesa extensas reservas de la biósfera con selvas vírgenes poco exploradas en donde hay zonas arqueológicas y forestales que deben ser preservadas. Es precisamente para defender esa área que debemos protestar abiertamente por los primeros 22,000 árboles sacrificados para que no caigan muchos más fruto de un capricho.
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