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En México, cada día 136 mujeres sufren algún tipo de violencia sexual, estadística oficial que apenas representa el .6 por ciento del total de los casos que se cometen, porque de acuerdo con la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU), el 99.4 por ciento de estos delitos no se denuncian y cuando lo hacen, para el colectivo social, la responsabilidad recae en la víctima y no en el agresor.

De acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, en 2020, se iniciaron 50 mil 111 carpetas de investigación, lo que significa que cada hora 6 mujeres sufrieron algún tipo de violencia sexual a lo largo del territorio nacional.

Durante el segundo semestre de 2019, cuatro de cada 10 mujeres mayores de 18 años sufrieron algún tipo de violencia sexual, se abrieron 2,364 carpetas de investigación por el delito de violación; sin embargo, en la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU), se estima que en dicho periodo se cometieron 363 mil 768 delitos de violencia sexual, lo que significa que en el 99.4 por ciento de los delitos de violación no hubo denuncia o no se inició la investigación.

Ese es el contexto en el que feminismo ha ganado importantes batallas en el espacio simbólico; ha logrado colocar temas que hasta hace poco tiempo no eran parte de la agenda pública porque se dirimían en la esfera de lo privado, en dramas familiares o personales.

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Hace unos días fuimos testigos de la re victimización de que fue objeto una influencer al denunciar penal y públicamente que hace algunos años fue víctima de violencia sexual, por parte de su amigo y también compañero de trabajo.

El caso puso de manifiesto una realidad social en que las mujeres son las que tienen que esconderse y cargar con un dolor que no es suyo, mientras que los agresores sexuales siguen en su cotidianidad, saliendo y agrediendo.

Durante años, la victima tuvo que atenderse psicológicamente para procesar el daño que deja la violencia sexual, en tanto, su agresor continuó en su normalidad laboral, social y familiar. A pesar de que su entorno social y laboral conoció de los hechos, no fue cuestionado, mucho menos rechazado.

Para el colectivo social, cuando un denunciado refiere haber ingerido alcohol lo justifica de cometer una agresión, mientras que para la víctima, la responsabiliza de haberla sufrido. Pero debemos tener claro que estar alcoholizado jamás será una excusa para abusar sexualmente a una persona.

Para que esto empiece a cambiar es urgente y necesario un cambio en la narrativa, para que el peso de la violencia no recaiga en doble medida sobre las mujeres sino que se haga responsable al agresor. La responsabilidad no debe recaer en quienes son víctimas de la inequidad estructural y de la violencia, sino en quienes perpetúan esa inequidad y sobre quienes violentan.

Vemos que aunque lento, se ha logrado sembrar en las nuevas generaciones una conciencia de la relación con las mujeres que muy poco a poco va cambiando. Están surgiendo narrativas de rechazo a la violencia hacia las mujeres y aunque son cambios culturales muy lentos, en algún momento van a rendir frutos.

En tanto, es urgente que el Estado mexicano adopte medidas para fomentar la denuncia de los casos de violencia contra la mujer y garantizar que existan procedimientos adecuados y armonizados para investigar y sancionar a los agresores, pero también es necesario que, como sociedad, no normalicemos las violencias de género y seamos empáticos con las víctimas, porque sólo así avanzaremos en el combate a la impunidad.


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