El jefe delegacional ha sido incapaz de dimensionar la crisis de seguridad que se gesta en el seno de su demarcación.
Repetir mil veces una mentira no la convierte en verdad, pese a que en la Ciudad de México las autoridades se empecinen en decirse a sí mismos y entre ellos que el crimen organizado no ha permeado la capital del país.
La delegación Cuauhtémoc se ha convertido en el epicentro de los incidentes delictivos más violentos, donde se ha vuelto común el asalto a plena luz del día en restaurantes, balaceras por las noches y el “cobro de piso” a comerciantes establecidos.
El jefe delegacional ha sido incapaz de dimensionar la crisis de seguridad que se gesta en el seno de su demarcación; ha errado en sus declaraciones con contradicciones, pero, sobre todo y, lo más grave, no ha logrado establecer alianzas que le permitan combatir el problema que por años dejaron crecer y madurar sus antecesores del PRD.
La presencia del crimen organizado en el corredor Roma —Condesa–Centro es evidente, y el desinterés de la autoridad es tal que las bandas delictivas se han envalentonado para realizar robos a casa-habitación, a vehículos, transeúntes y restaurantes, todo a pleno día.
Entre contradicciones, Monreal ha admitido la presencia de distintos cárteles en su territorio, como los Zetas, el cártel del Golfo, La Unión o Los Caballeros Templarios, pero al mismo tiempo ha minimizado el problema y ha tratado de extender la factura al gobierno de la ciudad y al federal.
Intentos inútiles por desestimar la gravedad del asunto, máxime cuando ejercicios periodísticos han dado cuenta de la gravedad y dimensión del problema.
El caso más emblemático, que fuera el que exhibiera la dimensión del problema gestado en el pleno corazón de la ciudad, fue el bar Heaven en la Zona Rosa, del cual desaparecieron 13 jóvenes para ser encontrados después en una fosa.
La causa fue la pugna por el control del tráfico de drogas en la demarcación, pero, principalmente, en el barrio bravo de Tepito, bajo el control del grupo delictivo La Unión.
Una verdad que tanto el gobierno de la Ciudad de México como el delegacional se han empecinado en cubrir como el sol con un dedo, es decir, de manera tan inútil que es evidente para todos la presencia criminal excepto para ellos.
Se han aplicado acciones sin fondo y forma en un intento por lanzar una muestra de aparente y endeble control, pero con operativos desarticulados sin estrategia, no son más que exhibiciones para la toma de una fotografía por parte de funcionarios.
Como en febrero pasado, cuando el secretario de Seguridad Pública local, Hiram Almeida, encabezó un apabullante operativo con más de mil agentes en calles de la ciudad con el objetivo de inhibir el crimen. La estrategia es tan pobre que por sí misma deja ver sus deficiencias.
El primer paso para combatir un problema es reconocer su existencia, y hoy los gobiernos locales se empecinan en desviar la mirada cuando todos continuamos viendo que las historias de balaceras, ajustes de cuentas, “cobro de piso” y narcomenudeo continúan ilustrando las portadas de los periódicos.
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