Trump: nosotros no, él sí

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La primera reacción formal del gobierno mexicano hacia la consolidación de Donald Trump como casi seguro ganador de las primarias republicanas fue el reacomodo en la embajada en los EE.UU. y en el área de América del Norte de la cancillería. Y si bien mostró la preocupación por el rumbo electoral estadunidense, el enfoque pudo no haber sido el necesario: Trump, Hillary Clinton y los EE.UU. no son un problema migratorio o consular de México, sino un asunto –el número uno– de seguridad nacional.

La relación bilateral México-EE.UU. ha tenido, en lo general, tres etapas: la del conflicto histórico del siglo XIX, la de jugarle con las cartas tapadas del sistema político ofreciendo al PRI como el gestor de los intereses del imperio y la de la integración económica con el tratado de comercio libre. En ninguna de las tres aplicó México su doctrina de seguridad nacional ante el vecino acosador.

La vehemencia de Trump respecto a México no ha sido analizada con frialdad. Si Trump cumpliera con todas sus amenazas contras México, la crisis económica, política, social, geopolítica y de dominación imperial de los EE.UU. no se resolvería porque México no es factor determinante en la definición del poder hegemónico declinante de Washington.

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Los desafíos reales de los EE.UU. son otros: la crisis de Europa, la reconstrucción de las Madre Rusia por Putin, el expansionismo chino, el activismo árabe y el terrorismo radical musulmán, las tentaciones nucleares y los neopopulismos latinoamericanos. Si Trump sacara a México de la realidad estadunidense, el imperio crearía otro problema mayor.

El tono de las preocupaciones de Trump sobre México no es nuevo. Se parece o es continuidad del que aplicó el equipo de Ronald Reagan en su campaña y los primeros años de su administración 1981-1989: el análisis de un funcionario de la CIA, Constantine Menges, de que la crisis social de México era otro Irán –el de la revolución del Ayatola– en la puerta sur del imperio. Por eso Reagan le apretó las tuercas a México y le pidió a la CIA fabricar análisis que pusieran a México al borde de una revolución, como lo reveló Bob Woodward en su libro Velo: las guerras secretas de la CIA.

Los priístas del periodo 1958-1976 vieron a los EE.UU. como un asunto de seguridad nacional, pero prefirieron eludir el conflicto geopolítico de la guerra fría; la fase de integración comercial pasó por la revisión de los libros de texto para depurar los señalamientos de que los americanos “nos robaron” la mitad del territorio. Clinton y Obama vieron a México como un país irrelevante para sus intereses de seguridad, quizá inquietos por la ruta de migrantes como sendero terrorista y ahora preocupados por la violencia criminal que hasta ahora no se ha exportado.

Trump encontró en el issue México un factor electoral; por eso endureció su discurso para conseguir votos y poner la agenda pero luego jugar el 5 de mayo con las expectativas al sentarse a tomar un taco bowl para la foto como las que acostumbraba George Bush Jr. La agenda México le sirvió a Trump para despertar a los sectores conservadores radicales que siguen siendo mucho y que podrían, a su manera de ver, neutralizar el voto hispano.

El periodo 2017-2020 será decisivo para que los EE.UU. salgan de su crisis o revienten en su papel imperial. Y ahí México cuenta nada. Eso sí, los EE.UU. se colocaron como el problema número uno de seguridad nacional de México.

@carlosramirezh


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