¿Qué hay en las trincheras opositoras?

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Por: Diego Fernández de Cevallos

El gobierno no rectificará: ad nauseam repite que vamos “requetebién” y que el redentor ya cumplió 98 de sus 100 promesas. Pues habrá satisfecho 97, porque le faltan por lo menos tres: NO mentir, NO robar y NO traicionar. Miente con singular cinismo, traiciona a los más pobres y enfermos que creyeron en él, y no puede alegar que, por traer solo 200 pesos, no roba, siendo del dominio público que despilfarra el erario como le viene en gana para saciar sus caprichos y garantizar su clientela. Si eso no es robar, llámesele saqueo, da igual. Se sabe que el pillaje a veces tiene límites, pero la ineptitud y la locura (rencorosa, sin alma y desbocada) solo destruyen y se destruyen.

Por ello, será bueno que los ciudadanos nos imaginemos ya en 2024 y pensemos en el país que recibirá la próxima administración, porque el Apóstol del Odio y la Mentira seguirá: generando pobreza y violencia; encubriendo a sus corruptos y tildando de traidores a la patria a quienes rechazamos sus fechorías; haciendo garras su investidura; atropellando a los demás poderes e instituciones; y distrayendo a los tontos simulando lanzadas contra sus fantasmas en el mundo entero; todo, para regresar a México a un mundo que ya no existe. ¡Origen es destino, y el lagarto regresa al charco!

¿Y qué se observa en las trincheras opositoras? Hay egoísmo, poca cercanía con los ciudadanos y ciertas actitudes simplonas; no difunden ideas claras ni programas concretos para enfrentar los graves problemas nacionales; faltan liderazgos que den confianza a los electores. Más factible parece la autodestrucción de ese bodrio de cuarta a que sea derrotado por una fuerza moderna, consolidada y creíble. Si por el hartazgo social llegaron los que están, todo indica que el nuevo hartazgo (y el nuevo desencanto) los mandará al rancho de quien los inventó.

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Cómo andaremos los opositores si, en la mayoría de los encuentros entre políticos (y charlas de ciudadanos comunes), casi todo se reduce a buscar al candidato que pueda ganarle a la “corcholata” oficial.

Seguimos atados al funesto caudillismo que ha definido la siempre conflictiva y resquebrajada historia nacional.

La creciente degradación social (en la que pululan víctimas ultrajadas y siempre “derechohabientes” en busca de un iluminado) nos impide imaginar que la dignidad, el esfuerzo generoso y la organización de los mexicanos es lo único que dará instituciones sólidas que nos garanticen a todos la protección de la ley y gozar de oportunidades para el bien ser y el bien vivir.

El cambio debe ser profundo; de poco servirá que Tartufo (que generó tantas esperanzas) pase a la historia —insisto— como el creador, verdugo y sepulturero de sus propias alucinaciones, que arroparon crápulas llegados de todos lados y embaucaron a millones de ilusos.


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