Para girar el curso de la historia

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La Asamblea General de las Organización de las Naciones Unidas abrió su tradicional debate anual de alto nivel con todas las alarmas encendidas. Atrás quedaron las diversas capas de lenguaje diplomático, que suelen matizar al extremo los discursos de quienes lideran la institución multilateral más importante, a fin de evitar lastimar los delicados equilibrios que sostienen con alfileres el orden mundial. Por el contrario, en este 76° periodo de sesiones el lenguaje del secretario general, António Guterres, fue claro y sin cortapisas ante las cada vez más evidentes amenazas a la viabilidad de la humanidad.

Ninguna otra institución como Naciones Unidas tiene tan claro los pulsos políticos, económicos y sociales que persisten a nivel regional y nacional, así como el grado de cooperación de éstos con el cumplimiento de metas multilaterales. Esto porque sus representaciones en los países todos los días interactúan de manera estrecha con liderazgos políticos y ciudadanos y también contribuyen a fortalecer, desde el ámbito técnico —cuando los gobiernos así lo solicitan—, una serie de políticas públicas orientada a reducir la brecha de desigualdad, fortalecer capacidades institucionales de gobierno, mitigar las causas del cambio climático o promover prosperidad.

Por eso resulta necesario subrayar la desesperación proyectada en el discurso del secretario Guterres ante la Asamblea General. Su visión de trescientos sesenta grados alerta la falta de compromiso de la comunidad internacional en los rubros de la protección de la salud y el bienestar de las personas, la mitigación del cambio climático y la construcción de sociedades menos polarizadas. En cuanto a lo primero, los impactos de covid-19 no condujeron a una humanidad más solidaria y equitativa. Por el contrario, la pandemia amplificó las desigualdades sociales tanto en el acceso oportuno a las vacunas, como en los recursos que cada grupo poblacional tuvo al alcance para mitigar las afectaciones en su economía y salud. De acuerdo con el Banco Mundial, se calcula que alrededor de 150 millones de personas se incorporaron en menos de dos años de pandemia a las filas de la pobreza extrema.

En materia climática, el optimismo del Acuerdo de París parece consumirse a pasos agigantados. Mientras la humanidad necesita una reducción de la mitad de las emisiones de gases de efecto invernadero en los siguientes nueve años, estudios técnicos de Naciones Unidas apuntan a una tendencia de crecimiento de dieciséis por ciento hacia 2030. Ello haría crecer la temperatura en al menos 2.7 grados centígrados, muy por arriba de los 1.5 grados necesarios para impedir serias alteraciones en los ciclos de cultivo, mayores impactos en vidas e infraestructura por fenómenos meteorológicos, así como olas de calor y sequías más expansivas.

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Quizá es en el tercer rubro, en lo político, donde el secretario Guterres concentre la mayor de sus preocupaciones. En lo externo a la ONU, la polarización vigente en las sociedades obstaculiza la movilización oportuna a favor del cumplimiento de objetivos de orden colectivo. El caso más evidente es el de las vacunas, en el que la ideología de un número importante de personas rechaza por distintos motivos su aplicación e impide alcanzar mayores grados de salud pública. A manera de ejemplo, en un interesante reportaje publicado ayer por el New York Times se da cuenta de cómo los estados con mayor voto republicano tienen menos personas vacunadas que aquellos con población demócrata. Ello a pesar de que los primeros registran tasas de mortalidad muy superiores a estos últimos. Ésta y otras tendencias llevan al secretario Guterres a la reflexión de que, mientras unos países controlan las vacunas, al mismo tiempo muchas de ellas terminan caducas en la basura.

En lo interno a la ONU, la posición de António Guterres no es sencilla. Preside un órgano que ha postergado al infinito su rediseño, medida dada casi por muerta ante una membresía incapaz de conceder mayor libertad y poder a la acción multilateral. Además de tener a la mesa un creciente número de gobiernos con poca disposición a la transición verde y a promover la conciliación de sus sociedades. Seguramente ya vio que los objetivos del Desarrollo Sostenible naufragarán igual que los del Desarrollo del Milenio, y que la humanidad cambiará el curso de la historia sólo cuando experimente una tragedia mayor a la provocada por covid-19.

 


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