Las no tan grandes aguas

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Aprovechando el nombre de la famosa novela de Luis Spota de 1954, le doy la razón a ese famoso escritor mexicano que predijo las consecuencias de atentar contra la naturaleza. Entre el Cambio Climático y la ahora más que duplicada población mexicana, en buena parte del país, y especialmente en el Norte, las aguas ya no son tan grandes como en tiempos de Spota. Las aguas escasean, son más demandadas, además de ser objeto de envidias y rencillas.

Ya tuvimos oportunidad de ver el año pasado lagos y presas muy por debajo de sus niveles usuales. También fuimos testigos de la férrea defensa del agua frente a absurdas decisiones de CONAGUA en varias partes del Norte de México. Este año vuelve a presentarse la escasez del líquido, ahora en áreas conurbadas de Monterrey y Ciudad Juárez, donde ya se ha limitado la entrega del vital líquido.

México es un país de grandes desigualdades, tanto entre clases sociales como en estratos económicos, pero también en la distribución hídrica. Y no únicamente entre quienes poseen derechos obtenidos en años anteriores y pobladores llegados posteriormente, sino mucho más a causa de la geografía. Las planicies costeras y el sureste poseen más del 80% de los recursos hídricos del país aunque no viva más del 30% de la población. El 70% restante, especialmente el que vive en el noreste de la República, aunque también en el centro, sufre de limitaciones de agua.

Las mejores tierras para el cultivo están en las planicies costeras, que además pueden ser irrigadas por los escurrimientos de las sierras y los numerosos ríos que existen. Algunos estados costeros construyeron presas para hacer duradero el abastecimiento a lo largo del año, pero en el centro y el norte del país las represas apenas pueden llenarse si hay una buena temporada de lluvias. No siempre llegan a cubrir las necesidades.

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Con el aumento poblacional y el cambio del patrón de lluvias se han agravado los problemas. Sólo un manejo profesional de los recursos  que busque evitar pérdidas y desperdicios, ahorre lo más posible y recicle el recurso, podrá alcanzar para todos el año entero. Pero también debe evitarse el manejo político de la escasez y sujetarlo al Estado de Derecho.

No se ha hecho lo suficiente para recargar los acuíferos, especialmente en las ciudades. El pavimento y el cemento cubren superficies que antes absorbían el agua de lluvia. Las “civilización” impide la captura del vital líquido y su absorción en el subsuelo; además causa el aumento de la descarga a ser desalojada por los drenajes, y puede ocasionar inundaciones inconvenientes.

El agua es una bendición, pero mal administrada afecta gravemente a poblaciones y ciudadanos, daña la convivencia y agrava la pobreza. Debe usarse para la vida pero puede ser empleada para destruir, privando a legítimos usuarios con propósitos inconfesables. Puede dañar negando el acceso o dejando de hacer las obras necesarias que requieren los ciudadanos. Como herramienta del mal puede ser mortífera, por omisión o por manipulación.

La invasión armada a los pozos que proporcionan agua a los viñedos más antiguos del continente (1597) en Parras, Coahuila, es tanto o más dañina que la restricción al suministro hídrico en la zonas urbanas de Monterrey y Ciudad Juárez. Un Estado de Derecho no puede permitir ni lo uno ni lo otro. Dejar de velar los derechos ciudadanos es negar la esencia misma del Estado, y constreñir el uso del agua a grandes áreas urbanas es muestra de su incapacidad por garantizar uno de los elementos necesarios para la vida.


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