La guerra justa es defensa

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A través de la historia ha habido, y sin duda habrá, personajes con poder político y/o militar que inician guerras y terrorismo, sobre todo de conquista, por una mente desquiciada: les seducen la destrucción y la muerte de quienes no son de los suyos. Vencer a otros pueblos lo ven como un heroísmo militar, venerando a sus guerreros como héroes, como es el caso de Alejandro Magno, conquistador de vecinos nomás para apoderarse de esas naciones. Pero al hablar de guerras, aparece una expresión: guerra justa.

¿Guerra “justa”? No es imaginable guerra alguna como justa, atacando a terceros, pero se le llama así, justa, a la legítima defensa. Podemos ver y aceptar una defensa armada justa, ante un ataque enemigo, no sólo justa sino como obligación moral de los atacados, en defensa de sus familias, tierras y posesiones, y, por supuesto de su libertad e independencia.

Una rebelión armada es justa también frente a un tirano, ante abusos de autoridad, ante quienes pisotean la fe o la libertad, por ejemplo y eso como último recurso. Pero es una defensa, no una guerra de dominio ¿Diferencia sutil de lenguaje? Sí, pero importante.

El contraste esencial entre quienes hacen la guerra injustamente y los que en justicia se defienden, son las razones y emociones de los combatientes y de quienes les apoyan en la lucha. Los soldados y mandos militares (y políticos) de quienes injustamente atacan a otros grupos, regiones o países, tienen un fanatismo patriotero, no patriota, aunque lo vean como servicio a su nación. Es en mucho el sentido de obediencia ciega militar, un problema humano generalizado, “haz lo que se te ordena, no cuestiones.”

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En cambio, los combatientes defensores tienen el espíritu de estar en lo justo, y esta diferencia de mentalidad es clave, hasta para la fuerza que los mueve al combate. En la historia militar y política del mundo, la actitud de quienes defienden a su gente, su patria, sus derechos, es de mucha fuerza moral ante los atacantes, que no tienen una motivación de justicia.

Se dice que una nación pacífica no debería tener ejército, fuerza militar, pero ante eso se enfrenta la frase «Igitur qui desiderat pacem, praeparet bellum» del escritor romano Vegecio: aquellos que desean la paz, que se preparen para la guerra. Estar preparados para una posible defensa no es señal de maldad, sino de prevención.

La guerra de ataque por intereses de dominio militar, territorial, económico, de dictadura o tiranía, o de delirio de conquista sin razón real alguna, no puede ser aceptada moralmente, por principio es un acto injusto. Igualmente sucede con las tiranías, cuya conducta de opresión es intrínsecamente inmoral. Y frente a esto, se llama entonces guerra “justa” a la legítima defensa.


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