La democracia como respuesta

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Por la cadena de lamentables acontecimientos que van sucediendo en América Latina y el Caribe, cada vez queda más en el olvido aquella última década del siglo XX en que el florecimiento de distintas democracias dieron a la región un renacer cívico, fincado en la esperanza de construir una serie de sistemas políticos estables e incluyentes, donde la gente pudiera definir, con paz y civilidad, el rumbo de sus naciones, así como disfrutar de un mayor bienestar social con base en la provisión de mejores servicios públicos.
Ese movimiento democrático terminó de erradicar gobiernos de larga trayectoria autoritaria o controlados por cúpulas militares. Mismos que fueron sustituidos por conversaciones nacionales y multilaterales que hacían dominar en la región un ánimo de cooperación para el desarrollo para generar instituciones que facilitaran la rendición de cuentas e impulsaran tanto la superación de la pobreza como la estabilidad económica. El contexto propicio para atraer mayores grados de inversión, generar empleo y asegurar nuevos polos de crecimiento.Apenas dos décadas después, la ilusión democrática se ha evaporado a la par de crisis económicas recurrentes, los crecientes efectos del cambio climático y una pandemia de covid-19 que han impactado con toda su fuerza en la aprobación de millones de familias sobre su forma de gobierno, al borrar avances significativos de política pública. En este caldo de cultivo, la voluntad de concordia de la gente fue sustituida por la polarización social, las libertades democráticas por la represión por las fuerzas de seguridad, así como el arraigo ciudadano por la migración, el desplazamiento y el miedo. Todo ello bajo el paraguas de gobiernos con menos voluntad de sujetarse a los controles de la pluralidad.Sin embargo, la respuesta a la salida de la crisis de bienestar social no está fuera de la democracia, sino, paradójicamente, en defenderlay sostenerla. Así lo demuestran los casos cada vez más extremos de violencia política e imposición autoritaria que se observan en América Latina y el Caribe; pues, lejos de significar estabilidad social y gobernabilidad para el desarrollo, representan verdaderas alertas que conducen al vacío de poder, el caos en el entorno ciudadano y la continuidad en el deterioro económico.El último botón de muestra es Haití, que se ha visto impedido por varios años de la normalidad democrática. Primero, con un presidente cuestionado por la vigencia de su administración, debido a que tomó posesión 14 meses después, por señalamientos de fraude y, por ello, quiso prorrogar por un año más su mandato, cuando, según la legislación, debió haber finalizado en los primeros meses de 2021. Segundo, la virulencia entre este presidente, Jovenel Moïse, y la oposición impidió también la celebración de elecciones parlamentarias y mantuvo sin titular a varios órganos del Estado.En esta polarización extrema y en el marco de un plan criminal por demás deplorable, se presentó el magnicidio del presidente Moïse. Un hecho que, lejos de dar solución a la parálisis, mantiene a ese país en una creciente violencia social, vacío de poder y concediendo mayores poderes al Ejército para tratar de reinstalar el orden social ante la incapacidad de unas débiles instituciones civiles.Debe recordarse que los atentados contra líderes políticos no son exclusivos de Haití en América Latina y el Caribe. Hace unas cuantas semanas, el helicóptero del presidente colombiano fue atacado a tiros; los precandidatos presidenciales de la oposición nicaragüense han sido encarcelados; y el mandatario venezolano persiste en su amenaza a Juan Guaidó y otros líderes adversos a su autoritarismo, con el continuo acoso por parte de las fuerzas de seguridad en sus rutinas cotidianas.Pero si en estas latitudes se requiere democracia para rectificar el rumbo de la región, las últimas manifestaciones acontecidas en Cuba dan cuenta de que no hay otro camino para la prosperidad en América Latina y el Caribe. Ante décadas de dictadura y el ocaso de la dinastía castrista, la sociedad cubana ha salido a pedir como nunca antes un cambio de régimen y solución a la escasez de bienes esenciales. En toda la región, profundizar la democracia es la respuesta, aunque falta ver si América Latina y el Caribe tienen el músculo social para afianzarla.
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