De desmesuras y rijosidades

0
545

Bastaron 72 horas para presenciar la exacerbación de dos proclividades temperamentales del presidente López Obrador: la desmesura y la rijosidad. La primera se manifestó en la miscelánea hacendaria aprobada en la Cámara de Diputados la semana pasada. A AMLO no le gusta el altruismo; considera, con razón, que el Estado es el responsable de redistribuir el ingreso y garantizar un piso de bienestar para todos; critica, sin razón, a los particulares que hacen donativos con deducibilidad fiscal, la cual quiere restringir para elevar la recaudación (le urge elevarla porque se niega a seguir el camino de gobernantes progresistas como Biden que aumentan los impuestos a los súper ricos). No debería importarle si la razón por la que se dona a causas nobles es la sensibilidad o el ahorro de impuestos y el lavado de conciencia. La filantropía no es vía de canonización; es instrumento de coadyuvancia en la solución de problemas sociales para los que nunca alcanzan el presupuesto público. Con lo legislado será mayor el apoyo que perderán personas que no tienen otra opción que el dinero adicional que llegue al erario. La iniciativa solo se explica por el afán de detentar el monopolio del asistencialismo clientelar.

Este resorte desmesurado de su temperamento se manifiesta cada vez que, en vez de depurarlas, elimina dependencias en las que encuentra corrupción (solo las que le desagradan, claro está, porque si cerrara todo lo que está más o menos corrupto en México desaparecería la administración pública). Y hay otro ejemplo significativo: su decisión respecto del avión presidencial. Pudo quedarse con una aeronave más pequeña y austera de las fuerzas armadas, como la que usaba Evo Morales, por citar el caso de un expresidente afín. Viajar en vuelos comerciales es irresponsable y peligroso para el país, porque un jefe de Estado no debe perder tiempo ni mantenerse incomunicado ni posponer decisiones cruciales ni poner en riesgo las vidas de los demás pasajeros y la suya propia (es asunto de seguridad nacional). AMLO se metió en el embrollo beckettiano de la rifa del avión por eso, por ir de un extremo a otro sin detenerse en el justo medio.

La segunda proclividad se puso de manifiesto en su crítica a la UNAM. Si bien toda democracia implica confrontación y conflicto, en política hay que escoger las batallas y minimizar el número de frentes. Está claro que AMLO polariza para movilizar o fortificar su voto duro y en ese sentido ha de enfrentarse a ciertos grupos, pero caray, pelearse primero con la clase media y ahora con la Universidad Nacional son a todas luces exabruptos rijosos. Aunque su popularidad personal pueda resistirlo, le está alienando apoyos a su partido de cara a 2024. Y es que algo ha cambiado. AMLO es un político sumamente astuto: encauzó su temperamento, volvió políticamente rentables su desmesura y su rijosidad al grado de convertirlas en propelas de su búsqueda de poder y logró llegar a la Presidencia de la República. Pero de un tiempo para acá sobran indicios de que lo obnubila el resentimiento y está más empeñado en impedir que alguien más se cuelgue medallas que en combatir carencias e incluso que en ganar votos. En otras palabras, de que su proverbial sagacidad está siendo rebasada por el revanchismo.


There is no ads to display, Please add some

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí