Con EU, soberanía limitada en migración, narco y TCL

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A pesar de una vecindad inevitable por relaciones fronterizas territoriales, México y Estados Unidos han carecido de una verdadera política exterior como la que Washington tiene con Canadá. El punto conflictivo ha radicado en lo obvio: el modelo de desarrollo mexicano ha sido dependiente del estadounidense y perdió la oportunidad planteada por el Tratado de Comercio Libre.

La clave del Tratado no estuvo en la liberalización arancelaria ni en la apertura de fronteras comerciales, sino en qué el presidente Carlos Salinas de Gortari y su secretario de Comercio Jaime Serra Puche solo pensaron en un aumento de las exportaciones mexicanas de productos primarios para aumentar el ingreso de divisas y en la libre importación de productos que provocaron un lamentable proceso de desindustrialización.

En este contexto, es irrelevante quién vaya a ganar las elecciones presidenciales, en tanto que tampoco Estados Unidos tiene claro un proceso de integración comercial real que le permita a México elevar su nivel de desarrollo y generar condiciones de bienestar que disminuyan el flujo de migrantes mexicanos que carecen de empleo o que se dedican actividades delictivas.

Lo que dejaron claro las campañas presidenciales de México y Estados Unidos fue la ausencia de un verdadero mercado económico norteamericano. El presidente López Portillo se negó a incorporar de México al GATT para aprovechar las estructuras arancelarias, pero lo más grave fue la utilización del petróleo solo como divisas de primer nivel para financiar importaciones y no para iniciar el gran proceso de reindustrialización o de reconversión productiva. El modelo de mercado norteamericano de Salinas de Gortari con George Bush Sr. solo le apostó a seguirle abriendo la frontera para libres importaciones, sin ningún modelo de desarrollo local.

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Los gobiernos norteamericanos le apostaron al Tratado en función de la doctrina Negroponte de seguridad nacional: liberar la frontera mexicana para inundar el país con productos elaborados en el mercado estadounidense y convertir a México solo en un mercado de consumo de cien millones de personas, además –como lo señaló con claridad el embajador John Dimitri Negroponte en un memorándum al Departamento de Estado– el Tratado terminaría de consolidar el modelo de subordinación de la política exterior mexicana cada vez menos nacionalista a los intereses geopolíticos de la Casa Blanca.

Como presidente y después como candidato a una segunda presidencia, Trump ve a México como un problema de inseguridad, desempleo, corrupción y narcotráfico y las amenazas arancelarias que exigen acciones de seguridad interna de México para frenar la migración y reprimir el narcotráfico en nada contribuyen al enfoque de la integración comercial como una forma de ayudar a que México tenga un modelo de desarrollo de más alta calidad.

Después de 30 años de Tratado, México multiplicó por diez su comercio exterior con Estados Unidos, pero en resultados de bienestar y desarrollo se mantuvo estancado y con acumulación de marginaciones y pobrezas: el PIB promedio anual en ese período fue de 2%, en tanto que la base trabajadora mantuvo el nivel del 55% en la informalidad, lo que quiere decir que el modelo de mercado México-EU no sirvió para una modernización de la planta productiva ni para elevar las condiciones de bienestar de los mexicanos.

Los gobiernos estadounidenses de Bush Sr. a Joseph Biden nunca entendieron la lógica del desarrollo del mercado binacional, pero tampoco los estrategas de seguridad nacional americanos han podido racionalizar el hecho de que la migración y el narcotráfico de México hacia EU son producto de la incapacidad del modelo de desarrollo mexicano en producción y comercio y que las amenazas arancelarias de Trump y los descuidos desagradables de Biden-Kamala Harris menos han podido entender que el narcotráfico y la migración de México es consecuencia de las faltas de expectativas de crecimiento, de PIB bajo y de incapacidad de la planta productiva mexicana para dinamizar el empleo.

Las amenazas autoritarias de Trump en el 2020 para obligar a México a movilizar a sus fuerzas militares en contra de las caravanas de migrantes que reventaron las fronteras americanas disminuyeron en el corto plazo el flujo de cruce ilegal de personas, en tanto que la administración Biden-Harris primero abrió las puertas fronterizas de par en par, luego la cerró y las últimas cifras revelan que en estos últimos años hubo una deportación de más de ocho millones de personas.

Los próximos cuatro años en las relaciones bilaterales no dependerán de los exabruptos coyunturales de los gobernantes americanos ni de las resistencias mexicanas, sino de la acumulación progresiva de conflictos porque México carece de un proyecto de desarrollo para generar empleo y bienestar. 

Política para dummiesla política no alcanza para un desarrollo con bienestar.

El contenido de esta columna es responsabilidad exclusiva del columnista y no del periódico que la publica.

carlosramirezh@elindependiente.com.mx

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