Banalizar lo prioritario

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Por: Julio Faesler 

La corrupción es el tema más recurrente y central en el discurso del presidente de la República. Enfatiza que es un vicio, una plaga que ha infectado a México desde todos los tiempos y extirparla es el objetivo central de toda su administración.

Listo en todo momento para referirse a ella como el mal que ha aquejado a todas las administraciones anteriores a la suya a lo largo de sus prolijas disertaciones, cátedras en moralidad cívica, el presidente ha mostrado una notoria carencia de auto censura que con el más somero vistazo admitiría los innumerables focos de corrupción que desde el inicio de su administración lo rodean, algunos incluso en su círculo más cercano.

 Valgan unos cuantos ejemplos. Desde el inicio de la administración actual se desterraron las licitaciones para la obra pública, ahora las contrataciones se hacen por asignación directa a personas o empresas de la confianza del presidente, aumentos arbitrarios y sorpresivos inflan los presupuestos para los gigantescos proyectos ya en marcha, menudean compras de gobierno que incluyen porcentajes mal disfrazados de sobreprecio, proliferan los nombramientos de individuos sin preparación sin más méritos que su ciega obediencia a los dictados del presidente.

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 El costo para el país es astronómico. Instituciones como el INEGI, Transparencia Internacional o Coneval, recogen y publican datos y pruebas de la corrupción que percude todos los niveles de gobierno y la interesada connivencia de las empresas y la ciudadanía. En un régimen que se ostenta transparente, observadores ávidos, detectan anomalías en las cuentas públicas y en la administración de los programas sociales.

El lúgubre telón de fondo de esa realidad es una población que sufre retrasos y ausencias en las prestaciones prometidas a través de los programas sociales, estafas en el padrón de los becarios y de los adultos mayores. Mortales deficiencias en los servicios de salud, carencias de medicinas. Favoritismos por doquier. Faltan empleos, pequeñas y medianas empresas naufragan sin apoyos. Aunado a lo anterior, el círculo lo cierran las mafias de delincuentes que utilizan tácticas para burlar la justicia, asesinando a civiles inocentes y desapareciendo a sus víctimas.

En el escenario donde el gobierno recortó draconianamente sus gastos, ha despedido o reducido al personal y recortado hasta más del 50% los sueldos, cercenando los insumos y los servicios sociales como la vigilancia pública que es indispensable. El Instituto de Investigación de Programas Públicos encontró que 99 de los 116 programas sociales evaluados funcionan con graves deficiencias. 44% de las empresas encuestadas reportan que pagan sobornos en los tres niveles de gobierno para agilizar los trámites y obtener permisos. Es este proceso de recíproco engaño lo que explica y aceita la perversa máquina en que México se ha visto entrampado no sólo ahora, sino a lo largo de la mayor parte de su historia.

La corrupción que AMLO identifica como el mal de las administraciones anteriores, excluida desde luego la que él encabezó en el Distrito Federal, está férreamente encapsulada en la actual. Su terquedad en tener en su gobierno figuras ampliamente desprestigiadas de tiempo atrás hace que el “pueblo sabio” haya perdido confianza a la calidad humana de los tres poderes federales. Ahí anidan los que han abusado y siguen abusando de sus cargos en provecho personal y el de sus allegados. Es en la presencia de tales personajes donde encalla la nave de la 4 T.

AMLO está confiado en que su tortuoso discurso mañanero frente a sus leales contertulios de algunos de los medios que lo acompañan, resuelve las mil y una dudas que se acrecientan sobre su gestión. Los índices de apoyo electoral que cosecha en los beneficiarios de sus programas sociales lo tranquilizan. Sorprende su rotunda afirmación de que la corrupción que arruina al país desde los años cuarenta se esté combatiendo.

El asunto no solo es lamentable, es decepcionante. Visto de manera menos condescendiente, esta realidad del país en vísperas del 6 de junio desvela el engaño que AMLO ha venido recetándole al pueblo que tanto dice amar y respetar.

 Un presidente que declara a los cuatro vientos que se entrega a la lucha contra la corrupción que durante toda la historia nacional nos ha drenado hasta desangrar la capacidad económica del país de superar su atraso, puede concitar el apoyo electoral que tal cruzada necesita. Pero ese apoyo político se pierde si hay engaño.

Las remesas de más de 40 mil millones de dólares que ahora nos llegan de los mexicanos que viven en Estados Unidos, además de reflejar sus mejores ingresos, expresan su respuesta generosa a la preocupación por la crítica situación que saben que viven sus familias aquí.

 El presidente López Obrador repite miles de veces su cruzada contra la enquistada corrupción que México padece. Tanto ha gastado el concepto que ya lo banalizó. 


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