A ver, a ver, tranquilos todos, respiren hondo. Porque aquí la gobernadora de Veracruz, la señora Rocío Nahle, nos acaba de dar una cátedra de cómo se maneja la información… o más bien, de cómo se le da la vuelta a la realidad. Resulta que la maestra Irma Hernández Cruz, después de aparecer en un video rodeada de sicarios, advirtiendo sobre el cobro de piso, se murió. Y Nahle, con su sabiduría y su gran corazón, dice que fue de un infarto. ¡Un infarto! ¡Ay, caray!
¡Qué nobleza! ¡Qué sensibilidad! Seguro la maestra, al ver a tanto vato con cuerno de chivo, se emocionó tanto que le dio un patatús. O chance y el infarto le dio por la impresión de que no le pagaban el sueldo a tiempo, ¿no? ¡Como si eso fuera novedad!
Pero el circo se puso mejor. La Fiscalía, que ya saben, a veces es más lenta que una tortuga fumando mota, salió a desmentir a su propia jefa. “No, que cree, señora gobernadora, que la maestra no se murió de un infarto. La torturaron y la asesinaron”. ¡Qué osadía! ¿Cómo se atreven a contradecir a la jefa? ¿Acaso no saben que la palabra de un político es más sagrada que la Virgen de Guadalupe?
El colmo de la comedia negra es que la Nahle lo dijo con ese tonito de «les guste o no». O sea, «la realidad es la que yo digo, y si no les parece, pues a chingar a su madre». Así de sencillo. El problema es que a la maestra Irma sí le pasó, y no de un infarto. Le pasó lo que la Nahle y su gobierno, por ineptitud o por conveniencia, se negaron a ver.
Aquí no hay de otra, o la gobernadora vive en otro planeta, o de plano la información le llega por telepatía de un universo paralelo. No hay de otra.
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