¡Ay, Morena, Morena! Antes eras el rey de las tribunas, el campeón de los insultos que volaban como piñatas en kermés: «neoliberales de mierda», «fifís traidores», y hasta golpes en el Congreso que parecían lucha libre en San Lázaro. Agredían a diestra y siniestra, y el pueblo aplaudía porque era «contra el sistema corrupto». Pero ahora, ¡órale!, resulta que la ley y los acuerdos previos mandan que entreguen la presidencia de la Cámara de Diputados al PAN, como marca la rotación anual de la Ley Orgánica del Congreso. ¿Y qué hacen? Se ponen dignos, como monjitas en procesión, y dicen: «¡No, porque van a insultar a nuestra presidenta Claudia Sheinbaum, que ni siquiera va a ir a dar su informe de gobierno!»
¡Ja! ¿En serio? La misma Sheinbaum que heredó el legado de AMLO, donde el Congreso era circo de improperios. Ricardo Monreal, el maestro de las negociaciones, advierte de «crisis constitucional» si no ceden, porque si no hay acuerdo para el 1 de septiembre, Sergio Gutiérrez Luna se queda en el cargo hasta el 5, y después… ¡vacío legal! Imagínense: el PAN queriendo presidir con Kenia López Rabadán, esa panista crítica que les cae gordo, y Morena diciendo «mejor nos quedamos nosotros para evitar groserías». ¿Y los golpes pasados? ¿Eso no era «expresión popular»?
Es la hipocresía en su máxima expresión, carnales. Antes, el insulto era herramienta de la «transformación»; ahora, es pecado si va contra los suyos. ¿Ganancia? Mantener el control, claro, pero a costa de la ley que tanto pregonan. ¡Qué bonito circo político!, ¿no? Al final, el pueblo vota por cambio, pero termina con más de lo mismo: doble moral guinda.
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