En 2006 México se vió envuelto en una elección competida, muy cerrada. La diferencia entre el primer lugar y el segundo fue de menos de 0.7%, lo que llevó al candidato perdedor a organizar marchas y protestas, especialmente en la capital de la República. Se declaró “presidente legítimo” e hizo un impresionante bloqueo en el Paseo de la Reforma plantando tiendas de campaña para sus simpatizantes. No está claro cuanto tiempo estuvieron utilizadas, pero llegó el momento en que más de un inquieto periodista reveló que estaban vacías. Aún cuando fue puesto en evidencia, el “presidente legítimo” siguió por toda la República.
Sin duda su empeño en demostrar que él era el mejor candidato lo llevó a participar en dos campañas presidenciales más. Mostró su insistencia y perseverancia como candidato. Para cuando finalmente ganó, siguió haciendo campaña. Llegó al objetivo pero continuó como candidato.
Al llegar a la Presidencia, en vez de rodearse de funcionarios capaces que lo apoyaran técnicamente en temas que no son su fuerte, prefirió colocar a incondicionales que no lo cuestionen. Y no sólo no lo hicieron, ni siquiera los escuchó para hacer sus proyectos. Estos los comenzó sin aceptar consejo ni hacer estudio alguno. Desapareció un aeropuerto que habría hecho de la Ciudad de México la capital de Latinoamérica, decidió hacer una refinería en casi el peor lugar posible, inició el tren de sus sueños sin tomar en cuenta ni economía ni ecología, encargó las mayores empresas del Estado (CFE y PEMEX) a quienes les han causado pérdidas millonarias.
Este régimen, que sigue afirmando ser distinto a los anteriores, en realidad es una mala caricatura de gobierno, pasando por alto leyes si conviene a sus intereses y ha sido excesivamente riguroso con los que no comulgan con él. No atiende las grandes carencias de los mexicanos en educación, empleo, justicia, salud y seguridad que él mismo decía era necesario resolver. Sin embargo, en estos tres años en vez de atenderlos con un gobierno eficiente y dedicado, ha preferido ocuparse en predicar desde su púlpito para alimentar anímicamente a sus simpatizantes cada mañana.
En el caso de la Justicia es especialmente grave. En vez de lograr que se imparta a todos por igual según el texto constitucional y el deseo de la mayoría de los mexicanos, la volvió aún más selectiva. Colocó en la procuración de justicia a un funcionario veleta, primero priísta (coordinador de la Operación Cóndor en 1976), luego perredista (1998-2000) y más tarde foxista, condenó a la justicia a ser rehén de las fobias y filias del personaje. Ya es conocido el proceso contra quien fue su cuñada, y la hija de ella.
Ni siquiera la tragedia en el estadio de Querétaro hizo olvidar que el viernes en la noche circularon en YouTube audios de las conversaciones telefónicas del fiscal Alejandro Gertz Manero con su subordinado, el subprocurador Juan Ramos. En esos audios, el Fiscal General de la República es desnudado crudamente abusando de su poder y ejecutando venganzas personales usando el aparato del Estado. Por si fuera poco, los audios implican en hechos indebidos a varios ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y revelan un litigio contra el exconsejero Jurídico Julio Scherer, al que el fiscal Gertz ha salpicado en actos multimillonarios de extorsión.
El inquilino de Palacio tendrá que someter a la ley a su alto funcionario si no quiere continuar con la tradición del siglo XIX de “A los amigos, justicia y gracia, a los demás justicia a secas”
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