¿Y luego de covid, qué?

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Excélsior informó (24 agosto 2021) sobre los 253 mil lamentables fallecimientos que el país superó durante el fin de semana como consecuencia de covid-19, sumados a un creciente número de personas infectadas que alcanzan cifras récord en meses recientes. Una historia de dolor y solidaridad colectiva en los más diversos puntos del país, a la que todavía no se le alcanza a ver fin tras una atención errática de la pandemia por parte del personal especialista en epidemiología de la Secretaría de Salud, que debió de haber ejercido políticas públicas disciplinadas y mensajes congruentes a la población para mitigar al máximo su impacto en los ciudadanos.

De acuerdo con la misma información de fuentes abiertas, la pandemia está afectando con mayor intensidad a la población que tiene la edad entre los 18 y los 29 años de edad, seguida de quienes viven su tercera década de vida. Y sí, los datos apuntan a que las vacunas funcionan en el objetivo de contener los estragos entre quienes están con mayor riesgo a la progresión grave de la enfermedad, sea por su edad avanzada o por condiciones de salud previas, como la hipertensión, la obesidad y la diabetes. De ahí que no fuera gratuito que distintos organismos internacionales, así como la comunidad médica especialista, hayan advertido desde hace tiempo la constante vulnerabilidad de México frente al covid-19 y la necesidad de tomar medidas más serias y estrictas.

Sin embargo, si era previsible que las afectaciones de la enfermedad se presentaran entre quienes, por razones logísticas y de prioridad científica, recibieron la vacuna en un momento posterior, ¿por qué no se preservaron o, mejor dicho, reforzaron las medidas sanitarias en esos segmentos de edad que quedaron más expuestos al coronavirus y sus variantes, tras el ampliamente cuestionado manejo de la pandemia observado desde marzo del año pasado? En contraste con las mejores prácticas internacionales, en el territorio nacional nunca existió una contabilidad certera de contagios y sensibles fallecimientos, como tampoco un mecanismo efectivo de rastreo e identificación de contagios que impidiera el crecimiento en tendencias en esos nichos más vulnerables.

Todavía hoy contamos con un semáforo epidemiológico federal que, a pesar del agravamiento de su color por estado, no necesariamente cuenta con la suficiente credibilidad para traducirse en las medidas sanitarias que debieran estar siendo asumidas para preservar la salud de los mexicanos en el ámbito local, empezando por la Ciudad de México. Y cómo hacerlo compatible, si la colaboración entre Federación y estados nunca terminó por consolidarse en el marco de protocolos claramente definidos, como tampoco la aplicación de un mínimo de pruebas y rastreadores que ayudaran a identificar, con la más mínima veracidad, la extensión real en el número de contagios.

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Hoy, muchos pagan las consecuencias. Entre otros sectores, profesionales médicos en la primera línea de atención contra covid-19, que están viendo una mayor demanda de diagnóstico y atención, a la par de las etapas más críticas de la pandemia; empleadores que no terminan de dar estabilidad a su actividad productiva por la incertidumbre económica de cara a las nuevas variantes y a la fragilidad de los apoyos concedidos, principalmente a las medianas y pequeñas empresas; así como millones de estudiantes que están por regresar a sus centros escolares con aulas sin la debida adaptación sanitaria.

Ante esta dura realidad, cabe preguntarse qué sigue para México y cómo documentamos las lecciones aprendidas para evitar que futuras situaciones sanitarias nos impacten con la misma severidad, tanto en lo humanitario como en lo económico. Por más lamentable que haya sido el manejo, requerimos identificar nuevos protocolos que nos orienten hacia el crecimiento de la infraestructura hospitalaria; la suficiencia de médicos y medicamentos; así como a la corresponsabilidad de los sectores público, privado y social que tienda una red de protección más robusta de apoyo frente a una emergencia sanitaria que todo lo desafía. El covid-19 debe enseñarnos a aprender del pasado, para ver al futuro desde una perspectiva más proactiva y solidaria.


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