Vanidad, impunidad y futbol americano

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En la impactante y magistral  película El abogado del diablo, Al Pacino, con su poder, seduce a un joven y ambicioso abogado a quien le destruye tanto su capacidad de discernimiento como todo aquello que era valioso en su vida, incluyendo a su joven esposa. Las escenas de poder, maldad y capacidad de destrucción dan cuenta de cómo este proceso requiere primero de aliados y después de hacer del mal y de la ausencia de referentes éticos y legales una “normalidad”.

Por alguna razón, este joven abogado tiene la oportunidad de dar marcha atrás y volver a empezar; oportunidad de resarcir todo el dolor y los daños provocados. Sin embargo, justo cuando puede recuperar su libre albedrío y construir una vida digna, cae nuevamente en las redes del demonio. La última escena lo dice todo, cuando el rostro de Al Pacino aparece en pantalla y concluye diciendo: “Vanidad, definitivamente mi pecado favorito.”

Guardadas las proporciones e historias, me resultó inevitable pensar en estas escenas al enterarme de la pretensión del Chapo Guzmán para filmar una película sobre su vida, para trascender contando una historia en la que la muerte, las complicidades, la corrupción y el actuar con sus propias leyes y reglas le permitieron construir un imperio de drogas y dinero.

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Es la impunidad el incentivo más poderoso para delincuentes de cuello blanco o de alcantarillas, y también para sectores de la población que cotidianamente con vanidad y arrogancia apuestan por violar la ley. El estudio Anatomía de la corrupción, realizado por María Amparo Casar, señala que el porcentaje de delitos de corrupción cometidos pero no castigados es similar al del resto de las violaciones a la ley, en un 95 por ciento.

Reconozco la tarea, compromiso y valor de nuestras Fuerzas Armadas y en este caso del operativo de la Marina y otras instituciones que hicieron posible la recaptura de este criminal, porque estos son los golpes que la impunidad requiere y necesita urgentemente la ciudadanía para recuperar credibilidad y confianza en las instituciones.

Y ahora, ¿qué tienen que ver la vanidad, la impunidad y el futbol americano?

Este fin de semana en un emocionante y casi cardíaco partido rumbo al Super Bowl, faltando un minuto para que los Bengalíes de Cincinnati ganaran un juego definitorio frente a los Acereros, una serie de errores provocó que, teniendo ya el triunfo casi en la bolsa, lo perdieran.

A tan sólo unos segundos para finalizar, uno de los jugadores de Cincinnati increpó al árbitro, quien sin dudarlo un instante aplicó las reglas y castigó a todo el equipo, dando una ventaja clave en el terreno de juego a los contrarios, que finalmente los hizo ganadores.

La lección no fue menor, porque para todos quienes presenciamos esos instantes quedó muy claro que cuando hay reglas y se aplican también hay consecuencias. Y si en un país las reglas aplican en algo tan básico como un partido de futbol, entonces el mensaje es que quien viola o increpa las reglas perderá y también hará perder a otros.

La mezcla de vanidad con impunidad se retroalimenta causando enormes daños, trastocando la cultura y manera de ser y actuar de una sociedad.

La esperanza es que hay remedio: aplicar las reglas sin negociaciones ni discrecionalidad, aplicar las reglas sin excepciones, aplicar las reglas desde un partido de futbol hasta las más altas esferas de poder económico y político, modifica la vida para millones de seres humanos con certeza y el indispensable valor de la confianza.


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