Nuestro pequeño genocidio

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Julián Herbert acaba de publicar un libro notable: La casa del dolor ajeno (ed. Random House). Es una investigación, crónica y más de lo que él acertadamente llama «nuestro pequeño genocidio». Soy de los que creció con la idea de que Pancho Villa había ejecutado la matanza de chinos en Torreón en 1911. Era una de esas efemérides que algún día te dicen en la escuela o en la casa —muy posiblemente me lo dijo mi madre que entres sus múltiples virtudes está la de ser una de las más grandes detractoras del general—. Mentira, Villa ni estaba en Torreón y no fueron sus tropas. Herbert nos cuenta varias historias: la de Torreón en primer lugar, la de la migración cantonesa, una buen recorrido por la historia de china, luchas y éxodos hacia América y la de la comunidad china en Torreón de la que buena parte (300) fue masacrada por los maderistas con ayuda civil entre el 13 y el 15 de mayo de 1911.

Por supuesto no era yo el único con la leyenda de que Villa fue el asesino en esa ocasión. Herbert pregunta a taxistas en Torreón que saben respecto de esa historia: sí me la sé, cómo no. Hasta un cañonazo quedó en el casino donde esos güeyes se juntaban para fregar a mi general Villa. Es que eran dueños de todo, oiga. Eran los ricos, pues. Y mi general no se andaba con mamadas. Se los chingó por culeros. La casa del dolor ajeno también es un acercamiento a nuestro racismo, a nuestro odio. No deja de sorprender al leer el libro que pareciera que se hablara de temas actuales. La desaparición del diferente, el ánimo de exterminio, el comentario peyorativo, el chiste cruel.

Herbert nos dice de manera precisa cómo se incuba el discurso del odio: «El antichinismo nacional no inició con la matanza de Torreón y tampoco concluyó con ella. Antes del pequeño genocidio, la fantasía de la aniquilación campeó en la prensa, las conversaciones de café, los chistes, las leyes, la segregación, las manifestaciones públicas y el vituperio hasta llegar a los golpes». El discurso obrero se inscribía en el abierto racismo. Aquí la voz de Ricardo Flores Magón en 1906: «La prohibición de la inmigración China es, ante todo, una medida de protección a los trabajadores de otras nacionalidades, principalmente a los mexicanos. El chino, dispuesto por lo general a trabajar con el más bajo salario, sumiso, mezquino, en aspiraciones, es un gran obstáculo para la prosperidad de otros trabajadores». Paradojas de la vida, es el discurso de Trump contra los mexicanos.

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«Maten a los chinos», dicen que ordenó el revolucionario Benjamín Argumedo. Fueron sacados de sus humildes casas, de sus trabajos, de los lugares donde se alcanzaron a esconder y fueron destazados, ejecutados, mutilados y ya muertos les buscaban dinero en los zapatos. Más de 200 fueron echados a una fosa común. De ahí, Julián Herbert los rescata para mostrarnos una de nuestras peores caras.


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