Difícil de imaginar, más aún cuando a diario se cometen poco más de cuatro millones de los llamados actos de pequeña corrupción en México*. Sin embargo, ni siquiera permitirnos soñar un solo día sin corrupción sería tanto como reconocer que la batalla está perdida y que ya ni en el imaginario colectivo es posible construir este destino.
Ese día en que nos enfrentemos al menos dos tipos de corrupción: aquella a la que se ve ‘forzada’ la población para poder ejercer sus derechos y poder avanzar cada vez que enfrenta como único camino de salida el soborno o la dádiva a quien ejerce como autoridad. Y la otra vía que destruye la credibilidad de las instituciones, de las autoridades y que impide el cabal cumplimiento del imperio de la ley: las rentas producto de privilegios, complicidades, prebendas e intereses de personas o grupos de poder económico y político.
Imaginemos cuánto dinero circularía si ese día no existen caminos alternos para ‘arreglar’ los asuntos. Un día en donde la confianza sea la divisa más importante tanto entre ciudadanos como en la relación con la autoridad.
Este día un sinnúmero de oficinas ya sean del sector público o privado no tendrán antesalas para intentar por medio de favores, prebendas, complicidades, influencias, presiones, chantajes y hasta amenazas conseguir fuera de las reglas establecidas y de la competencia obtener rentas que jamás lograrían en un sistema abierto y transparente. Ese día también se liberará una incuantificable energía, talento, riesgos, creatividad e innovación porque los jugadores tendrán la certeza de que no habrá cambio de reglas a la mitad del partido y que están compitiendo en una cancha pareja.
Un día sin corrupción permitirá mirar a la autoridad con un nuevo rostro y un sentimiento de que no está ahí para arrebatarnos y hacernos perder.
Ni habrá habitantes que insulten e incluso lastimen a quienes representan la autoridad, ni tampoco habrá ciudadanos aterrorizados frente a quienes, en complicidad, terminan siendo parte de las redes del crimen organizado o de cualquier otro propósito que lastime justo a aquellos a quienes un día juraron proteger.
Imaginemos ese día sin corrupción en que es posible acudir a los ministerios públicos y ser atendidos de forma expedita y con la certeza de que los contratos se harán cumplir y de que la ley estará del lado de la víctima y no del victimario.
Partidos políticos cuya fuerza institucional sea la consecuencia del apego a la ley y de su capacidad y compromiso para ser la voz de los reclamos, indignación, frustración y enojo de la población, y a la vez, sean también el camino por donde transiten sueños y anhelos de miles y miles de mexicanos que sobreviven día con día a las redes de la corrupción e impunidad.
Una ciudadanía que hace lo propio al exigir a sus líderes que actúen con honestidad y con prisa, pero ponen por delante su participación y congruencia, que no apelan a excepciones ni privilegios “que se haga en los bueyes de mi compadre”, pero que a mí no me toquen.
Ese día habrá miles de horas invertidas para agregar valor y fortalecer la energía, capacidad, talento, confianza y esperanza de cientos de mexicanos.
A estas alturas debe parecer que estoy imaginando un sueño imposible o una utopía. La utopía de vivir con la certeza y confiabilidad de que cuando hay excesos y abusos siempre encontrarán un dique infranqueable y firme que es la ley, y una ciudadanía cada día más determinada a romper su espera pasiva, y así enfrentarnos con responsabilidad a quienes proponen como alternativa la destrucción de las instituciones, para después pretender sobre sus cenizas construir su demagogia y ejercer su mesianismo.
Afortunadamente hoy tenemos ejemplos de cómo el hartazgo ha despertado a ese habitante que ha decidido convertirse en ciudadano y habrá que reconocer también el esfuerzo de algunos que, desde el ejercicio de su autoridad, están trabajando para reconstruir la confianza y hacer realidad su compromiso de cumplir y hacer cumplir la ley.
Porque ni todos los habitantes deciden convertirse en ciudadanos, ni todas las autoridades o políticos renuncian a su responsabilidad.
Prefiero esta utopía a dar por hecho que lo que hoy vivimos sólo tiene un destino peor, porque si nos atrevemos a imaginarlo entonces tendremos más oportunidad de creer que es posible y siendo así, actuar en consecuencia para construirlo.
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