Sumar tragedias

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En la enorme tragedia que significa la desaparición de las decenas de estudiantes se nos ha ido la capacidad de reaccionar. De esa medida es el espanto. De pronto uno se da cuenta que parecemos un país de rehenes.

Los que no son víctimas de la violencia, lo son de los que quieren imponer su voluntad. Asolados por la pobreza y la ideología, los estudiantes de la normal de Ayotzinapa secuestraban autobuses y asaltaban comercios. No les importaba viajar 200 kilómetros para hacerlo. Tenían de rehén a las poblaciones que se les antojaba tomar por sorpresa. De los testimonios de aquella noche infernal está el del doctor que se negó a a atender a uno de los estudiantes heridos, porque estaba harto de las tropelías estudiantiles. En su rabia, el doctor denunció al chico que estaba escondido en su sanatorio. Luego el horror que nos invadió a todos.

En la justificada rabia generalizada hemos hecho a un lado cosas de sentido común. Se pide que la directiva perredista esté en la cárcel pero no se exige investigar a quienes mandaron a los jóvenes a Iguala. Como las instituciones no sirven, queremos desbaratar a los que las presiden. Porque son las caras visibles y porque, en efecto, han traicionado la confianza. Por eso nadie se manifiesta contra los criminales, porque no les vemos la cara. Podemos llegar a saber sus nombres y hasta sus apodos. Sabemos que nos asustan, que les tememos. Ellos lo saben. El reclamo es contra los que se burlan de nosotros, los que se quedan el dinero público, los que solo ven para sus intereses cuando deberían de velar por los de los demás. Está bien, pero no perdamos el foco. Porque mientras en las calles gritan ¡Peña renuncia! alguna carcajada macabra se oye en Guerrero.

Bien lo dijo ayer en estas páginas Juan Gabriel Valencia: “Todos en el país, supongo que incluido el Presidente de la República, estamos en la posición de ya me cansé. Todos. Nada más que por diferentes razones”. Hay hartazgo, enojo, el nivel de irritabilidad es altísimo. En este clima es cuando florecen los radicales de todos los bandos. No es buena idea jugar con el ánimo de la gente.

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Las cosas se están saliendo de control. Hay quienes lucran con el dolor ajeno. No son los padres de los muchachos los que nos quieren imponer su duelo. Son otros y no sabemos bien a bien qué quieren. Insultan a todos. Exigen que vivamos doblegados porque ellos son pobres o porque representan el coraje de la tragedia. Son voceros que quien sabe quién los nombró, pero están decididos a arrasar con todos y nos avientan de avanzada el dolor de los padres. Estamos siendo rehenes de unos tipos que no sabemos qué quieren.

En Guerrero las tragedias siguen. Una expresión de eso es el gobernador sustituto. Un verdadero inútil deslumbrado por los flashes que gasta millonadas en desplegados y publicidad. Un grupo de vándalos hace y deshace a placer en varias ciudades. Su violencia impide que la gente trabaje y que viva en paz. Incendian edificios públicos, aterrorizan a los ciudadanos, golpean a quien se les antoja. Las imágenes de la humillación pública de diversas personas no se deben repetir. Ellos deciden quien es “un perro traidor” y lo pasean con lazos en la calle con letreros infamantes. Eso es inadmisible en este país. No podemos ser rehenes de quienes decidan humillar a los demás. A una tragedia no debemos sumarle otras. Al crimen de los que se escudan
en el anonimato de la delincuencia no le puede seguir el de los que deciden adueñarse de la calle.

Ojalá que el espanto no nos paralice.


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