Relevos simultáneos en las dirigencias partidistas

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Significativamente –que no curiosa y menos aún casualmente, pues se dice que en política nada es casual- por estos días tiene lugar el relevo en las dirigencias nacionales de las dos principales formaciones políticas del país, a saber: el PAN y el PRI.

Por lo que hace a la tercera fuerza, la del PRD, hoy muy menguada, también simultáneamente en el tiempo se tiene a la vista un próximo relevo en su dirigencia nacional. Naturalmente con las variantes del caso siempre que se trata de este partido, pues la salida de Carlos Navarrete no corresponde a una renuncia expresa, tampoco se trata de abdicación, revocación del mandato, destitución o una especie de “golpe de estado” –si es válida la aplicación al caso de esta figura- o porque haya terminado el periodo para el cual fue electo. No, nada de eso, simplemente se va.

Con gran valentía política, digna de reconocerse, Navarrete ha comprendido, después de las elecciones federales del pasado 7 de junio, que no encabeza una dirigencia idónea para los tiempos que corren y sus exigencias. Ha optado, en consecuencia, por retirarse. Y como dice el Quijote que “quien se retira no huye”, hay que reconocerle pues que su salida no será intempestiva o abrupta, sino prudente y en un tiempo razonable para no provocar desestabilización o causar mayores problemas a su organización.

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En el relevo de la dirigencia nacional del PRI, como ha quedado plenamente de manifiesto, no hubo nada inédito o nuevo. Como siempre en la historia de ese partido, ha sido resultado de una decisión vertical, sin competencia, sin disidencia alguna, salvo quizá subterránea, muy subterránea, con modalidades y códigos que sólo los iniciados conocen, pero siempre en la oscuridad más absoluta.

Toda organización política que funcione así, como el PRI ha funcionado siempre, con unidad tan asombrosa como conmovedora, podrá ser lo que se quiera, menos una de corte verdaderamente democrático. Decir lo contrario o simular de manera tan patética lo que realmente no se es, pero además no se tiene siquiera la intención de ser, porque no se advierte por ningún lado que de verdad exista tal propósito, se llega entonces a la contundente conclusión de que tal grado de simulación no engaña a nadie, salvo a quien deliberadamente acepte ser engañado.

Si lo anterior es cierto, como lo es, se hace necesario ir considerando ya, en serio, si una organización con tal perfil, de permanente y sistemática simulación y engaño, es realmente útil en un régimen que aspira a ser democrático, o significa para éste un pesado lastre.

En el PAN también se presentaron signos desalentadores en este proceso para la renovación de su dirigencia. Fueron al menos tres. Uno, la tendencia relativamente reciente a restringir el debate interno, que en el pasado caracterizó a la organización. Otro: el cuestionamiento al padrón de militantes, aspecto que si no se aclara y se corrige en su caso habrá de convertirse, en más de un sentido, en el talón de Aquiles del panismo.

Y un tercero: ¿cómo explicar que la solicitud de registro de la candidatura del aspirante que más votos obtuvo, haya sido suscrita por 235 mil militantes y finalmente sólo haya obtenido 194 mil votos? Atrás de esta simple comparación de cifras hay una serie de prácticas, que deben ser desterradas de inmediato.


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