Pacto de encubrimiento recíproco

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Enfrentar nuestra realidad es el primer requisito para superar nuestra crisis, somos una democracia de malas leyes y además mal aplicadas.

¡Oh México incongruente, doloroso y jovial, sonoro como bronce, frágil como cristal!

                Jaime Torres Bodet

 

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Parte del alud noticioso de los últimos días es una declaración del Presidente de la República, quien, para equilibrar las críticas y el señalamiento de agravios de muchos mexicanos, dijo: “México es algo que a veces no apreciamos suficientemente, lleva décadas de gran estabilidad política y social. Pocos países en el mundo pueden preciarse de ello”.

Esto me hizo recordar el informe de gobierno de don Porfirio Díaz hace 127 años: “La paz por sí sola, sean cuales fuesen las ventajas, no sería un bien del todo apetecible si no trajese consigo el aumento del bienestar de los asociados; si no abriera y explotara de una manera vigorosa, las diversas fuentes de la riqueza pública; si no derramara en todas las clases sociales los beneficios del progreso, si no fomentara los sentimientos filantrópicos propios de nuestra civilización; si no permitiera al gobierno presentarse bajo un pie de respetabilidad como guardián de la ley y defensor de los intereses generales”.

Si bien Díaz no alcanzó estos fines, sería demasiado riguroso señalarlo como incongruente. Tras largas décadas de lucha intestina y conflictos internacionales, el Estado mexicano apenas se estaba conformando. Sí es en cambio una grave incongruencia lo señalado por Peña Nieto, porque la estabilidad política tiene un carácter instrumental, sirve para alcanzar fines como los señalados por Díaz y porque todas las estadísticas nos están revelando graves retrocesos. 

Se dice que el objetivo es fortalecer el Estado de derecho, cuidar la macroeconomía, aplicar las reformas estructurales, ajustar el gasto público y darle prioridad en el desarrollo a Estados depauperados, sin embargo:

En el Índice de Eficiencia del Gasto, México se ubica en el puesto 99 de 144 países. Peor es el Índice de Desviación de Fondos Públicos, que ubica al país en el puesto 119. La  economía informal según el INEGI asciende a 58.1 del total de los empleos.

Edgardo Buscaglia, director del Internacional Law and Economic Development Center, afirma que no somos un Estado fallido, sino un Estado esquizofrénico, con un colapso de gobernabilidad, nos clasifica como una de las cinco economías más ilegales del planeta.

Brasil ocupó el lugar 69 en percepción de corrupción, México el 103; ese país escaló 11 lugares, el nuestro descendió 31 entre 2008 y 2014.

En materia de aplicación de la ley, las cifras de los delitos impunes nos hacen difícil ubicarnos como un auténtico Estado de derecho. 

Enfrentar nuestra realidad es el primer requisito para superar nuestra crisis, somos una democracia de malas leyes y además mal aplicadas. La democracia y la cultura se retroalimentan, pero se requiere el respeto a ciertos valores para que la democracia funcione. Esto solamente se aprende en la práctica y a su vez el reconocimiento de esos mínimos principios éticos nos hace perfeccionar la democracia. En otras palabras, la democracia es un sistema político fundamentalmente ético.

Lo anterior me permite hacer un reclamo. En las Cámaras del Congreso de la Unión están por aprobarse reformas trascendentales en materia de transparencia y el Sistema Nacional Anticorrupción. Sin embargo, los partidos se cubren unos a otros e impiden la investigación de denuncias escandalosas en distintas entidades federativas.

Qué magnífico ejemplo de congruencia histórica daría el PAN si no estableciera ninguna condición en este terreno. Es de elemental compromiso moral no dar ni la más remota sospecha de que se está protegiendo a quien ha violado la ley. Desde sus inicios, Acción Nacional ha exigido que se vaya a fondo ante el menor indicio de deshonestidad en el ejercicio de un cargo. 

Los esquemas teóricos para combatir la corrupción de nada sirven si se postergan oportunidades evidentes para demostrar voluntad política para asumir el mínimo deber de ser congruentes.


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