No creo en la democracia

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“No creo en la democracia” es la frase en que podría resumir el Informe Latinobarómetro 2015 recientemente publicado. Millones de ciudadanos latinoamericanos y de manera destacada los mexicanos expresan su insatisfacción, falta de apoyo y desesperanza respecto al régimen democrático y sus instituciones.

De acuerdo con el informe, “los latinoamericanos son los más insatisfechos de la Tierra con su democracia, tienen altas expectativas, crecientes grados de empoderamiento y opiniones cada vez más críticas. En el año 2015 sólo tres países registran más de la mitad de su población satisfecha con su democracia: Uruguay, Argentina y República Dominicana”.

Los datos recabados durante 20 años de mediciones en la región confirman una relación entre satisfacción con la democracia y desempeño económico. Así, durante las crisis económicas la satisfacción con la democracia disminuyó para luego aumentar durante los años de bonanza. Sin embargo, si bien parecería ser el factor económico el determinante para que los latinoamericanos tengamos o no fe en la democracia, no es el único.

Además de la economía hay que considerar otros elementos como los niveles de corrupción, la limpieza en las elecciones, la aprobación a la gestión del Congreso y del Presidente de la República y, en general, la satisfacción de los niveles de bienestar de los ciudadanos. Para el caso específico de México, los datos arrojados por este Informe Latinobarómetro 2015 son preocupantes.

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Si los latinoamericanos somos los menos satisfechos con la democracia en todo el mundo, los mexicanos somos los insatisfechos de los insatisfechos. Con sólo 29% de opiniones favorables, México se encuentra en el último lugar de la región. Eso pasa por una aprobación de la gestión de gobierno del presidente Enrique Peña Nieto de sólo 35% y apenas 17% de ciudadanos que se sienten representados por el Congreso.

Además, nuevamente en el último lugar de Latinoamérica, sólo 26% piensa que las elecciones en nuestro país son limpias, y 21% creen que quienes gobiernan lo hacen para el bien del pueblo. Un escaso 26% piensa que el gobierno es transparente, y ni qué decir del lastimoso 22% de mexicanos encuestados que cree que se ha progresado algo en reducir la corrupción en las instituciones del Estado.

En materia económica sólo 17% cree que la distribución del ingreso es justa; 57% se considera de clase baja; 47% afirma que sus ingresos no son suficientes; apenas 18% cree que el país progresa y un pequeñísimo 11% está satisfecho con la economía.

Aunque estos datos son lamentables, no son una sorpresa. El descontento, la indignación y la desesperanza se palpan en las calles. Las causas las conocemos bien: después de la transición a la democracia dada por la victoria de quienes lucharon por elecciones libres y justas, no hemos logrado dar el siguiente paso: incrementar la calidad de la democracia. Con todo y los cientos de mejoras legales e instituciones nuevas y reformadas en las que hemos puesto no sólo nuestra fe, sino también el presupuesto, el fracaso está a la vista. Ante los ciudadanos descreídos y apáticos de la política tradicional hay hoy políticos tradicionales que, como a un enfermo artrítico, le cuesta lágrimas mover aunque sea un dedo, pero sólo quienes comprendan que es momento de devolverle al poder público su vocación original de servicio podrán aspirar a seguir vigentes en la política, eso creo, y espero no equivocarme. De no ser así, la siguiente entrega del Informe Latinobarómetro podría reportar ya no el descrédito de la democracia en México sino su deceso.


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