Si bien hay muchas modalidades de participación en la economía informal, ninguna es tan evidente como la del comercio ambulante. Sin control oficial de autoridad alguna, se ejerce esta actividad inicialmente para subsistir, pero si encuentran que les proporciona ingreso suficiente no sólo invitan a vecinos y amigos a segur su ejemplo, sino incluso los organizan. De esa manera se "apropian" de cruceros viales importantes y de lugares dónde instalar puestos irregulares.
La "apropiación" de cruceros frecuentados o de tramos de autopistas urbanas se da normalmente en forma paulatina. Cuando un vendedor en potencia observa que en determinado tramo se acumulan vehículos por la razón que sea (espera del paso de la luz del semáforo, tramos saturados, etc.), evalúa rápidamente qué productos podría vender. Así comenzaron los voceadores de periódicos, los vendedores de chicles y ahora de toda gama de artículos tanto nacionales como importados.
De la misma manera establecen puestos en cualquier otro lugar concurrido, de plazas y calles a salidas de metro y las principales paradas de autobús. En teoría son tan espontáneos como quienes venden a los automovilistas en los cruceros, pero en realidad para establecerse aquí requieren ser amigos del líder o pagarle una cuota. A pesar de que muchos de los puestos son precarios, algunos cuentan con instalaciones eléctricas, de gas, agua y drenaje. Lo anterior quiere decir que no existen para el fisco federal, pero sí usan servicios al menos municipales.
No todos los participantes del comercio ambulante son espontáneos, hay algunos que tienen un negocio bien pensado y eficientemente desarrollado. Comienzan por encontrar objetos prácticos o muy atractivos en el mercado internacional (desde hace unos años principalmente de China) que introducen al país bien sea de contrabando o con aranceles bajos y luego los distribuyen por canales bien organizados, cuya expresión visible son los vendedores en cruceros y en puestos callejeros. Son tan parte de la economía informal como los propios vendedores.
Si los ambulantes sólo ofrecieran vender artículos nacionales, la autoridad fiscal federal podría de alguna manera controlarlos mediante la supervisión de las facturas emitidas por las empresas productoras. Pero como la mayoría de lo vendido proviene allende nuestras fronteras, la solución posible pasa por un eficaz control de las fronteras que nunca ha sido el fuerte de la autoridad fiscal. Corrupción, astucia e ingenio han logrado doblegar cualquier intento de sellar las fronteras; son tan porosas como la piedra pómez o el queso gruyere.
Resulta evidente que la autoridad fiscal federal no quiere (o no ha podido) terminar con el comercio ambulante; quizá lo permita para dar una salida pacífica a la falta de empleo formal, por simple desinterés o incluso por incapacidad de controlarlo, lo que nos lleva a que el comercio ambulante no debe ser asunto federal. Puede ser que algunos estados estuvieran interesados en hacerlo, pero seguramente las autoridades municipales están más abocadas para ello.
Los ayuntamientos de por sí tienen la facultad de cobrar impuestos municipales a los comerciantes. No tienen porqué limitarse a los causantes registrados ante la autoridad federal, debieran extenderla también a cualquier persona que ejerza el comercio, y por tanto a los informales. Los comerciantes informales debieran pagar a la autoridad municipal cantidades reducidas que correspondan a sus ingresos sin que alienten la extorsión, pero en cantidad suficiente para cubrir costos de cobranza y que quede un remanente al ayuntamiento que contribuya al mejoramiento local.
Aplicar esta disposición demandará manos hábiles que convenzan a la mayoría de comerciantes irregulares de las bondades de aportar a los gastos municipales sin que por ello exacerben problemas. Para ello, las autoridades municipales tienen facultades suficientes para hacerlo, y en caso que alguna legislación no lo permitiera, ésta debe ser enmendada. No es el único camino para incorporar a quienes viven en la informalidad, pero es suficientemente viable para comenzar y poco a poco regularizar a una población que carece de seguridad social por ser informales.
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