Los propósitos de Año Nuevo

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En realidad el compromiso, la enunciación final y el momento en que la persona se enfrenta a sí misma es algún momento ante el espejo el primero de enero.

Uno de los peores lastres morales que padecemos como sociedad son los propósitos de Año Nuevo, siempre pronunciados, jamás logrados. Incluso, hay quien lleva esta estúpida tradición a nivel de compromiso público. En medio de la cena se levanta para que los presentes digan ante todos sus metas por alcanzar. Se hace un silencio en el comedor que no es otra cosa que una ola de odio al proponente, pues solamente exhibe la endeble voluntad con que cuenta la familia. Todo termina con los comentarios en corto: “Jajajá el imbécil ese dice que ahora sí dejará de fumar, lleva 15 años diciendo lo mismo.” Las primas: “¿Qué tal la estúpida que dice que ahora va a hacer ejercicio? Mejor que se vista decentemente la muy gata, ¿no crees?” Los tíos: “Pobres de fulanitos: el haragán de su hijo dice que ahora sí va a estudiar; a sus 34 años”.

Cierto que eso no sucede en todos lados. En realidad el compromiso, la enunciación final y el momento en que la persona se enfrenta a sí misma ocurren en algún momento ante el espejo el primero de enero. Es ahí donde el hombre o la mujer se hacen pequeños ante sus debilidades y se comprometen a enmendarlas. Veamos unos casos por todos conocidos.

El Gordo: estoy engordando de más. Me voy a meter a un detox. Dicen que bajas muy rápido. La cosa es dejar de comer 80 canapés, barbacoa los sábados y carnitas los domingos, comida chatarra entre semana y dejar los pastelitos. Ir al gym. Si me lo propongo puedo correr un maratón. Sí, el lunes me inscribo. Balance. Es lo que necesito. Y una terapia, siento que no me acepto como soy. Hay que irse, es hora del recalentado.

El Beodo: no mames, qué cara traigo. Tengo que hacer algo. Me siento muy mal. Este año voy a dejar de tomar. Se acabó. Me dan unas crudas asquerosas, siento que me voy a morir. Me da taquicardia, angustia, siento que voy medio metro detrás de mí, no soporto el ruido. Necesito una terapia. A lo mejor debería empezar por ahí. Sí. Ayer me acuerdo de como hasta la cuarta uva y no había prometido dejar la bebida. Creo que dije que iba a correr un maratón. Dejaré de tomar un mes para empezar. Bien. Ahorita se me antoja una chela. Sí, una chela helada. Y empiezo el cinco, que es lunes.

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La Fodonga: Dios santo. Algo debo de hacer con esta papada. Y algo más con estas lonjas. Y de las nalgas ni hablar: hay que acabar con ellas. Tampoco es que mis comadres Laura y Claudia estén muy bien. Según ellas van al gym y hacen rutinas de quién sabe qué. Yo creo que se les va el tiempo en ver hombres y en el salón. La Lauris se cree que está muy bien y es un globo terráqueo con chichis. Y Claudita, pobrecita, ayer con sus leginns parecía que se había puesto la funda de su coche. Yo sí lo voy a hacer bien. Necesito también un corte. Y una terapia porque a veces me veo y me deprimo. El lunes empiezo con lo del gym en forma y voy a correr un maratón. Ahorita me tranquilizo y veo una serie con unas empanadas.

El Godínez: este año va a ser diferente. Voy a ir al gimnasio. Me pondré más que fuerte. Voy a apantallar a las de contabilidad. También voy a correr un maratón. El jefe me dijo que fuera a una terapia. Voy a ir. Eso sí, no pienso ir por cafés al Starbucks. Estoy harto de pedir macchiatos y chais y todas esas pendejadas que piden. Además ¿por qué soy yo el que tengo que ir al Oxxo? Ahí está Manuelito siempre sin hacer nada. Debo empezar por cambiar mi actitud como dijeron en el curso. Venderé mi traje café.

¿Podrán el Gordo, el Beodo, la Fodonga y el Godínez cumplir sus propósitos? No hay que esperar mucho, para marzo ya todos abandonamos la buena voluntad.

¡Feliz Año Nuevo y mejor no hagan propósitos!


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