La transformación en reversa

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La primera jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, está a punto de convertirse también en la primera mandataria en meter reversa en la larga y compleja historia democrática de la capital.

Fue hace poco más de 25 años que se inició el debate sobre la naturaleza jurídica del entonces Distrito Federal, que bajo el régimen priista carecía de derechos políticos para elegir a su gobernante, con un regente al frente de la conducción de la sede de los poderes del país.

Durante el sexenio de Ernesto Zedillo comenzó la transformación con una reforma que permitió elegir, por primera vez, al jefe de Gobierno, que sustituiría la figura de regente impuesto por el presidente en turno.

La historia que se cuenta de aquellos años es que en una reunión del entonces presidente Zedillo con políticos capitalinos del tricolor, mientras la líder del partido, María de los Ángeles Moreno rechazaba perder el control político a través de una reforma, fue el entonces regente Oscar Espinosa Villarreal quien consideraba que sin el voto de los ciudadanos, el gobernante carecía de legitimidad.

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La designación del regente era un instrumento de control diseñado para saquear a antojo y hacer uso de la ciudad más grande del país. Zedillo tomó la decisión correcta y abrió la puerta para que la alternancia pasara.

Con la llegada de la alternancia en 1997, ganó la izquierda y comenzó la profunda reconstrucción del Distrito Federal, que culminó en 2016, dejando detrás cinco jefes de Gobierno y un nuevo Congreso, elegidos por los ciudadanos y con plena autonomía de su gestión. Todo parecería indicar que nuestra democracia llegaba a su maduración, pero la verdad es que hoy se avizora la tragedia política y estamos dando graves pasos hacia atrás.

Con Claudia Sheinbaum, esa legitimidad que conllevó este proceso histórico se ha perdido. Ella, de manera abierta y sumisa, ha renunciado a todo lo que significa y representa  gobernar esta magnífica ciudad con sus habitantes.

La negociación política y el arte de gobernar se quedaron guardados en algún lugar olvidado del Palacio del Ayuntamiento, y desde el primer día en el cargo, la jefa de Gobierno ha estado más ocupada por brillar ante los ojos del presidente Andrés Manuel López Obrador, buscando ser la ungida por su dedo para sucederlo en el puesto. La práctica más vieja del régimen priista.

No me malinterpreten. Esto no significa que sus antecesores no lo hayan hecho también, pero nunca dejaron de lado que tenían que legitimarse con el voto ciudadano y, como parte de la conducción de la ciudad, negociar con otros partidos políticos en busca de la construcción de los acuerdos necesarios para mejorar la calidad de vida de los capitalinos.

En esta condición, Sheinbaum gobierna casi que en modo zombie —todo se resuelve en el Palacio vecino del Zócalo—, cuando tiene que hablar la callan y López Obrador habla por ella cómo con la tragedia de la Línea dorada que dejó  26 muertos. A la ciudad capital cada año de su gobierno se le ha asignado menos presupuesto y ella sólo cabeza abajo, todo indica que sólo vela su futuro como la candidata de AMLO en 2024. Eso significa que sus intereses no están en la ciudad y en eso se explica que no la defienda. Ha dejado que su patrón  le quite presupuesto y sabotee la llegada de los nuevos alcaldes. Lo anterior sin contar los profundos efectos de la pandemia en la economía.

Es alguien que por sometimiento decidió gobernar como regenta en vez de como jefa de Gobierno. Por ello, la candidatura le llegará por dedazo presidencial y no por sus méritos en las acciones de gobierno; ya vimos la mediocridad que presentó como Informe de Gobierno apenas esta semana.

Sheinbaum decidió ser una regenta en vez de una jefa de Gobierno, pero se le olvida que los ciudadanos pueden aún cobrarle cuentas, y si los subestima, su único destino será la misma derrota que vivió en junio pasado.


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