La tarea que sigue

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En más de trece meses de pandemia por covid-19, la humanidad ha constatado las serias restricciones de capacidades de las que dispone para enfrentar una emergencia sanitaria, como la detonada por la enfermedad causada por estas variantes de coronavirus. Al margen del amplio esfuerzo de colaboración observado en el hallazgo de las vacunas, las noticias que dominaron esta pandemia referían a los estragos en infraestructura hospitalaria disponible y los multimillonarios apoyos necesarios para rescatar pequeños negocios u hogares, ante la agraviante desigualdad que sufren las sociedades.

Sin embargo, mientras la actividad económica y las proyecciones de salud fueron mejorando, resulta desconcertante que a lo largo de estos últimos meses no se haya iniciado una amplia colaboración público-privada para mitigar mayores impactos negativos en poblaciones vulnerables, a partir de la experiencia obtenida en el inicio de la pandemia. Me refiero en especial a los efectos de la emergencia sanitaria en la comunidad educativa, porque del bienestar y formación de capacidades de las nuevas generaciones depende el adecuado desarrollo futuro de las comunidades.

Las señales de alerta no son nuevas. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, mejor conocido como UNICEF, ya venía subrayando desde hace buen tiempo que alrededor de 159 millones de niños y adolescentes inscritos en educación básica y media vieron su instrucción educativa lastimada con el cierre de los planteles educativos que se dieron en Latinoamérica, a fin de evitar mayores contagios de covid-19. Condición que ha impedido su adecuada enseñanza o les marginará de por vida el regreso a las aulas ante su precaria situación económica. Esto, sin dejar de lado los preocupantes desafíos enfrentados por los más jóvenes en cuanto a violencia intrafamiliar, salud emocional e, incluso, el abandono de sus lugares de residencia dado el mayor flujo de migrantes menores no acompañados.

Es en este contexto que llama la atención la falta de esmero por parte de la autoridad educativa mexicana, la cual dejó correr tiempo valioso sin la proactividad debida que asegurara un regreso a clases ordenado con mayores capacidades. Quisiera destacar aquí tres aspectos que marcan la cobertura mediática y ofrecen botones de muestra de la improvisación con la que millones de estudiantes están regresando a los centros de enseñanza.

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Primero, el completo abandono de los espacios públicos educativos. No se trata simplemente del entusiasmo que hay en padres y maestros en la limpieza de escuelas, como antesala a la toma de aulas por parte de los estudiantes. Sino el haber permitido como país un completo deterioro de la infraestructura educativa, marcada por temas de seguridad estructural en algunas escuelas, pero, sobre todo, por el vandalismo que sufrieron hasta 108 mil espacios escolares de acuerdo con cálculos del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Actos en los que se robaron pantallas, equipo de cómputo, mobiliario, ventanas, puertas y cables de electricidad. En estas condiciones no se entiende la decisión de la autoridad educativa del regreso a clases, cuando el ciclo escolar está a unos cuantos días de concluir.

Segundo, la falta de libros de texto gratuito acordes con el retorno a clases después de una pandemia. Con total falta de planeación, la autoridad correspondiente careció de impulso institucional para asegurar la actualización en tiempo de planes y programas, así como del respectivo desarrollo de contenidos. Peor aún, se dio a la tarea de privilegiar la discusión ideológica en los temarios, en vez de apostar por la integración de contenidos pertinentes, así como la incorporación de aquellos conceptos y dinámicas que abonen a la salud mental y emocional de los estudiantes. Ya ni digamos de la oportuna capacitación de maestros que esta tarea exige para hacerse efectiva.

Tercero, la pandemia sigue viva y no todo es vacunar a maestros. El improvisado regreso a clases impide una adecuada deliberación sobre el monitoreo de las cadenas de contagio alrededor de las escuelas, la adecuación de infraestructura para evitar brotes al interior de las mismas, así como las pruebas aleatorias de covid-19 que debieran hacerse a profesores y alumnos, de forma que la propia escuela tenga certeza sobre los efectos de salud que pudiera haber en sus hogares.

La situación antes descrita nos obligará a aprender y contener riesgos sobre la marcha del regreso masivo a clases. Ésa es la tarea que sigue.


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