Eventos fatales

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En igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser

la más probable hasta que se demuestre lo contrario

Guillermo de Ockham (1287-1347)

El sociólogo francés François Simiand (1873-1935) introdujo la expresión “historia evenemencial”, definida como una versión simplificada que reemplaza las profundas teorías por la simple filiación y seriación de los acontecimientos. Se le tachó de superficial por afirmar que una sola situación puede generar consecuencias de magnitudes inconmensurables.

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Sin entrar en disquisiciones complicadas, estoy convencido de que hechos concretos pueden cambiar radicalmente el trayecto de planes previamente diseñados, provocando daños a la sociedad. Analizando nuestro pasado reciente, señalo algunos.

Gustavo Díaz Ordaz nombró a Hugo B. Margáin como secretario de Hacienda (agosto de 1970), para darle continuidad a la política económica ortodoxa del desarrollo estabilizador. Ante las fricciones con Luis Echeverría, se le pidió la renuncia (mayo de 1973). Fue sustituido por José López Portillo, totalmente obsecuente con las instrucciones del Ejecutivo, quien con gran autosuficiencia declaró: “Las finanzas se manejan desde Los Pinos”. Lo demás es historia.

López Portillo designó a un exitoso empresario, amigo personal y conocedor de la industria del petróleo. Se incrementó exponencialmente su extracción y con esa garantía se endeudaron las finanzas. El conocido analista Servan-Schreiber anunciaba, en su libro El desafío mundial un cambio en el poderío mundial. El presidente llegó a pensar en que su sucesor podría ser Jorge Díaz Serrano, protagonista de esta hazaña. Sin embargo, en mayo de 1981 hubo un reajuste en el precio del petróleo. Se actuó con prudencia y Pemex ajustó sus precios para no perder mercado. Los aspirantes a la Presidencia vieron la oportunidad para anular al supuesto culpable. Díaz Serrano renunció. El secretario de Patrimonio y Fomento Industrial, José Andrés de Oteyza, con aparente autoridad, declaró: “Nación que no compre un barril de petróleo a México se perderá para siempre”. Lo demás es historia.

Todos los expertos lo sabían, la economía, como siempre, era frágil. Ernesto Zedillo debía ratificar a Pedro Aspe en Hacienda. Sin embargo, por una rencilla añeja, se designó a Jaime Serra Puche quien renunció a los 29 días de asumir el cargo en medio de la debacle. Lo demás es historia.

Andrés Manuel López Obrador contendía por la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, pero su credencial de elector era de Tabasco. La candidatura era impugnable. Su contendiente, Santiago Creel, declaró con audacia: “No es necesario. Lo voy a derrotar en las urnas”. Lo demás es historia.

Mariano Azuela, presidente de la Suprema Corte, le solicitó oficialmente al presidente Vicente Fox proceder penalmente contra el jefe de Gobierno de la Ciudad de México por evidentes actos violatorios a medidas cautelares en un juicio de amparo. Así lo hizo. Ante las airadas protestas, desistió. Lo demás es historia.

Felipe Calderón preparó a Juan Camilo Mouriño para sucederlo en la Presidencia. Tras su lamentable fallecimiento, se empecinó en imponer a Ernesto Cordero. Al no lograrlo, abandonó a la candidata del PAN Josefina Vázquez Mota y se alió con Enrique Peña Nieto. Lo demás es historia.

Peña Nieto negoció con López Obrador la gubernatura del Estado de México para Alfredo del Mazo. El líder del PRD sacrificó a su candidata Delfina Gómez, iniciando una prolongada alianza. Lo demás es historia.

Días antes de su toma de posesión, López Obrador, sin atribuciones, realizó una consulta amañada para definir si debían continuar las obras del aeropuerto de Texcoco. Teniendo a su lado un libro titulado Quién manda aquí, anunció la suspensión. Los empresarios cobraron sobradamente su dinero y él actuó como el libro: “Aquí mando yo”. Lo demás es historia.

López Obrador designó a Claudia Sheinbaum como su sucesora, dándole instrucciones precisas de cómo gobernar. Una de ellas, demoler el Poder Judicial. Lo demás es historia.


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