El sueño de Bolívar y los retos de la articulación latinoamericana

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El sueño bolivariano de formar en América la más grande nación del mundo es una idea que sigue inspirando a muchos, y aunque desde hace más de dos siglos ha estado presente en las mentes de cientos de líderes como los que el sábado pasado participaron en la VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), no se ha podido realizar.

A pesar de que la mayoría de los países de la región compartimos historia, lengua y cultura el proyecto de una América articulada se ha visto truncado. Desde hace décadas, la referencia a la UE como modelo se ha hecho presente en los discursos de hermandad, fraternidad e identidad, sin ir mucho más allá.

Y, aunque tenemos mucho en común, también existen grandes diferencias. Nuestros países han oscilado de la izquierda a la derecha, de las dictaduras a la democracia, del centro a los extremos y han sostenido posiciones que llevadas al grado de dogma han generado polarización y dificultado la cooperación.

La integración regional no es una tarea fácil, sin embargo, los problemas comunes que enfrentamos cada vez son más críticos, extensos y profundos, lo cual no sólo hace necesaria, sino urgente, una acción colectiva que los aminore.

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António Guterres, secretario general de la ONU, recordó durante la cumbre que en América Latina y el Caribe vive sólo el 8.4% de la población mundial, pero ha registrado el 21% de los contagios por covid-19 y el 32.5% de las muertes por esta enfermedad al mismo tiempo que la mayoría de sus países ha padecido un acceso desigual a las vacunas. La pandemia ha evidenciado muchas de las deficiencias estructurales de nuestros países como la falta de sistemas de seguridad social robustos que contemplen servicios de salud suficientes y de calidad, pensiones dignas para todos y seguros de desempleo, así como sistemas educativos deficientes, falta de desarrollo científico y tecnológico y economías débiles y dependientes. A esto hay que sumarle añejos, pero cada vez más graves problemas como la inseguridad y la violencia generada por el crimen que azota sin piedad a niñas y niños, mujeres y migrantes; la propia migración, la pobreza y la desigualdad, las democracias frágiles y las francas dictaduras, así como los efectos del cambio climático. Así que, si los sueños no han sido suficientes para unirnos, debería serlo la necesidad.

En la VI cumbre de la Celac no faltó el acento político: el presidente de Paraguay, Mario Abdo, y de Uruguay, Luis Lacalle, recordaron que los pueblos de Cuba, Nicaragua y Venezuela sufren por las manos represoras de sus propios gobernantes, incluso se desconoció a Nicolás Maduro, quien los retó a un debate. También hubo quien aprovechó el foro para denostar a la OEA y respaldar su extinción, y quien dijo que el papel de la Celac no es el de debilitar a dicha organización, pero, el denominador común fue expresar la necesidad de realizar acciones concretas que beneficien sensiblemente a las y los ciudadanos.

Algunos de los acuerdos específicos son: implementar el Plan de Autosuficiencia Sanitaria para América Latina y el Caribe diseñado por la Cepal, que incluye la compra conjunta de vacunas y medicamentos esenciales, el desarrollo y la producción de vacunas, así como fortalecer los sistemas de salud primaria, entre otros. Además, se acordó llevar una posición común a la próxima COP26 y la creación de un fondo para atender desastres provocados por el cambio climático. Lo anterior es un paso importante, pero el gran reto será generar las posiciones comunes que lo permitan sin caer en generalidades vagas.

Si los países de América Latina logramos realmente empezar a plantarle cara al mundo en unidad y articulados, podría ser el inicio de la construcción del sueño de Bolívar.


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