El poder de la confianza

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Es más fácil ver los efectos de la desconfianza, porque en nuestra vida cotidiana vivimos con permanente cautela, dudas y suspicacias respecto a otros ciudadanos y frente a la gran mayoría de nuestras instituciones. Sin embargo, es fundamental imaginar siquiera como sería nuestra realidad si la confianza se impone a la incertidumbre permanente.

En la vida propia y en la riqueza de los países, la confianza tiene un enorme poder y valor que resulta imposible cuantificar. El poder de la confianza se convierte en el eje rector de millones de decisiones y en el soporte para crear y mantener expectativas sólidas de mayor aliento y prosperidad.

La confianza es la que permite modelos de construcción, donde las bardas salen sobrando y los límites de los terrenos también. Cada quien, conociendo sus derechos de propiedad, respetará los derechos de sus vecinos con la certeza de que ellos harán lo mismo.

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La confianza genera condiciones de movilidad ciudadana que hacen posible transitar las carreteras a cualquier hora del día; caminar las calles con seguridad y sin miedo; transportar bienes y servicios sabiendo que no hay riesgos.

La confianza ira en detrimento de empresas ocupadas en brindar seguridad: chalecos, coches y camionetas blindadas; equipos de cámaras y muchos otros sistemas sofisticados para proteger vidas y patrimonios. Seguramente habrá necesidades menores para adquirir todo tipo de armamento y de construir casetas de seguridad por doquier.

En contraparte, la confianza promoverá cientos de iniciativas cuyo propósito ya no sea cuidarse de los otros, sino construir con y para los otros.

La confianza permite actos tan básicos como dejar un paraguas en la puerta sabiendo que a la salida lo encontrarán, y transacciones en las que el poder de la palabra está por encima de otras consideraciones.

Sólo con confianza es posible creer en el cumplimiento de los contratos y en que las reglas del juego no se modificarán a mitad de camino; de que no se beneficiará con prebendas a ninguna de las partes.

Pero hay mucho más. Si hay confianza habrá menos controles, burocracias, revisiones y, por tanto, los márgenes para extorsionar y corromper se reducen de manera sustantiva.

La energía, talento, trabajo y mérito de los ciudadanos se concentrará en cómo construir, innovar y agregar valor, y ya no más en cómo librar barreras, darle la vuelta a los obstáculos, pagar cuotas adicionales para lograr un siguiente paso, invertir tiempo en antesalas y en sumarse a cadenas de corrupción y complicidad como camino para “estar en la jugada”.

Sólo que hacer del valor de la confianza el eje de nuestro actuar y decidir en lo cotidiano requiere de algunas condiciones previas.

El cumplimiento de la ley sin distingos. El cumplimiento de las reglas y de las consecuencias si éstas se atropellan de manera inmediata, una vez que estas reglas son conocidas por la población. De manera más clara, cuando rige el Estado de derecho entonces la confianza es posible.

Sólo cuando la ley es el mandato fundamental, cuando se garantiza a todos los ciudadanos derechos y libertades y los gobiernos son limitados por la ley, es posible construir miles y miles de
redes de confianza.

Los ciudadanos confiarán en otros ciudadanos y también en la autoridad. Sabrán muy bien que su actuar tiene siempre los límites de la ley, y que no habrá espacios de negociación o discrecionalidad en su aplicación. Es algo así como dibujar una línea y saber que de un lado de ella podemos actuar con libertad y certeza, que podemos responder honestamente a preguntas de otros miembros de la comunidad y de la autoridad en turno. Que podemos acudir a las instancias encargadas de impartir justicia sin temor ni sospecha. Pero si esa línea se cruza y se miente y se violan las reglas, las consecuencias no se harán esperar.

La cultura de la confianza requiere del soporte de las familias, de los sistemas escolares, de las empresas y gobiernos para crear este círculo virtuoso. Nadie puede quedar fuera en este propósito.

¿Es posible transitar de la desconfianza y la pérdida cotidiana de oportunidades, a un país donde la confianza no sea la excepción?

Es posible y urgente. Es indispensable para que el futuro sea posible y el hartazgo e indignación se conviertan en apuestas de prosperidad y esperanza.


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