La investigación científica ha acreditado que los más graves efectos de las agresiones ambientales los sufre la gente más pobre.
La reciente publicación de la carta encíclica del Papa Francisco “Laudato Si”, dedicada al candente tema de la ecología humana, apunta a convertirse en un referente obligado de la nueva agenda global sobre el cuidado del medio ambiente, la sustentabilidad y el desarrollo de ciudades y comunidades más resilientes, en el marco de una preocupación universal soportada en un consenso científico sobre el cambio climático como una amenaza global a la sobre vivencia humana y que plantea la necesidad de medidas urgentes para lograr la restauración ecológica y el cuidado, en palabras del Papa, de la casa común.
No podía ser de otra manera cuando se comprueba que los temas dedicados a combatir la contaminación, la basura y los efectos de la cultura de lo desechable son insuficientes y escasamente aparecen en la agenda de los gobiernos locales y sub-nacionales.
Y no es que esta preocupación no esté instalada en el orden del día de foros y cumbres internacionales y en los programas de gobierno de muchos países, incluido el nuestro, que lo contempla en el plan nacional de desarrollo y en diversas iniciativas comunitarias, sino que esto no es suficiente cuando se advierte que el deterioro ambiental avanza y que no resulta clara, a contraparte, la vigencia de un consenso ecológico que coloque en el centro de la preocupación de las naciones y de las políticas públicas con todo y presupuestos, el cuidado del medio ambiente y la agenda integral de la restauración ecológica.
Para comprender mejor este desfase amenazante tan solo registremos la desarticulación entre las acciones necesarias, recomendadas por Naciones Unidas, para hacer a los países y comunidades más resilientes -capacidad humana y social de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas- y lo que ocurre en la agenda de los gobiernos y agencias dedicadas a esta materia: El marco institucional y administrativo es débil y disfuncional, los recursos financieros insuficientes, predomina el desconocimiento de los riesgos globales y locales, la infraestructura es inadecuada, las instalaciones vitales como educación y salud son un riesgo en sí mismo y están desprotegidas; la planeación del desarrollo urbano es un casos, no hay capacitación, educación y concientización pública suficiente en la materia, no hay eficacia en los sistemas de alerta temprana y muy baja respuesta eficaz a emergencias y, por si algo faltara, los últimos acontecimientos en Guerrero nos recuerdan la falta de recuperación de las comunidades dañadas por efecto de la corrupción y el abandono gubernamental.
El Papa cita en su documento diversas aportaciones de científicos y líderes religiosos de distintas épocas y confesiones, en general hace suelo al llamado universal a una suerte de conversión ecológica que se soporte en la conciencia moral y ética sobre el desarrollo y en la idea fundante de que el medio ambiente es un bien común, algo que nos compete a todos en la medida en la que todos somos generadores de pequeños o grandes daños ecológicos y todos estamos expuestos a sus consecuencias.
Francisco incluye el concepto revolucionario de la inequidad planetaria, basado en la relación de la pobreza con el deterioro ambiental y coloca a las personas que viven en condiciones de mayor desigualdad en el centro de las preocupaciones de quienes quieran emprender una acción reivindicadora de los derechos ambientales del ser humano. En principio es simple y tiene base científica, el ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos y no es suficiente afrontar la degradación ambiental si no prestamos atención adecuada a la degradación humana y social. La investigación científica ha acreditado que los más graves efectos de las agresiones ambientales los sufre la gente más pobre.
En el plano de las relaciones internacionales, adicionalmente a reconocer que el deterioro ambiental es global y que no se limita a fronteras geográficas o políticas, el Pontífice denuncia y exige satisfacción a la llamada deuda ecológica entre los países del norte y del sur, entre las economías más desarrolladas y aquellas sumidas en la pobreza, muchas veces a consecuencia de la devastación ecológica y de lo que él llama la cultura del descarte que involucra a las personas y a las cosas.
A reserva de análisis más específicos, obligados ante la profundidad de los planteamientos derivados de esta epístola papal, rescato el valor del llamado de Francisco, hecho en singular y en primera persona, convocando a toda la familia humana a enfrentar el desafío de proteger nuestra casa común con unidad, con visión integral y con la esperanza de saber que las cosas pueden cambiar, en especial cuando se refiere a los jóvenes, a quienes dedica palabras de reconocimiento y aliento al asumir su rebeldía ante todo aquello que pretenda construir el futuro sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos.
Tengo la certeza de que la preocupación del Papa va más allá de cualquier consideración reduccionista que pretenda encajonar el texto a la dimensión religiosa o descalificarlo con el argumento de que es una propuesta moralina, y por lo mismo inoportuna, superficial o falsa.
Me parece que al analizar la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta; al asumir al mundo como un ecosistema donde todo está conectado; al criticar el paradigma de la tecnocracia como única vía de acceso al poder y a sus efectos devastadores su Santidad está siendo absolutamente terrenal.
Que al llamar a los hombres y mujeres de buena voluntad a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor de las personas, el sentido humano de la ecología, nos deja claro que su preocupación es humana y universal; y que solo con debates y decisiones abiertas y honestas sobre este tema podremos identificar y asumir la corresponsabilidad que tenemos a nivel de la política universal y local para generar una nueva y eficaz respuesta que nos ayude a modificar nuestro estilo de vida con visión y compromiso de sustentabilidad y de verdadero desarrollo. Es hora de pasar de la protesta a la propuesta.
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