Decía Thomas Jefferson que el arte de la vida es el arte de evitar el dolor. Muchos años después pero con igual claridad enseñaba Manuel Gómez Morín que desde el servicio público y la política se debe buscar, afanosamente, mitigar "el dolor evitable", ese que proviene de la pobreza y desigualdad; del engaño, de las malas decisiones y de la ausencia del respeto mínimo a la dignidad humana.
Invoco estas citas porque me parece que el inconmensurable dolor que viven los padres y demás familiares de los 43 estudiantes normalistas desaparecidos (de Ayotzinapa, Guerrero) y la zozobra, indignación y rabia que la sociedad siente y expresa por las atrocidades cometidas en Iguala el 26 de septiembre, pudieron evitarse.
Sí, el "hubiera" sí existe. Debe existir para casos como éste. Porque si las autoridades responsables (es un decir) de los tres órdenes de gobierno hubieran actuado bien y a tiempo no estaríamos lamentando estos hechos. La tragedia de Iguala no es más que producto de la podredumbre acumulada por años y que hoy estalla; de un sistema político que se ha aprovechado de la ignorancia y pobreza de gran parte de la población de Guerrero en beneficio económico y político de unos cuantos.
Cuando no son fenómenos meteorológicos son hechos delictivos, a plena luz del día. Es parte de la estadística y del paisaje cotidiano en la entidad. La vida no vale nada. Y masacres como la que tiene en vilo al país no es otra cosa más que la expresión de tan aberrante impunidad.
Bien decía el entonces Presidente Felipe Calderón que mientras no hubiera compromiso y corresponsabilidad de los gobiernos estatales ninguna estrategia para combatir al crimen organizado serviría. Hacía énfasis en la necesidad de depurar los cuerpos policiacos; de instaurar el mando único; de someter a todos los mandos de gobernación, seguridad pública y procuración de justicia a exámenes de control de confianza y a los elementos de las fuerzas del orden a exámenes toxicológicos también; a establecer unidades especializadas anti secuestros y otras medidas similares. Señalaba tres entidades como ejemplo de la irresponsabilidad y falta de compromiso en la materia: Tamaulipas, Michoacán y Guerrero. Lo ignoraron y criticaron. Y llegaron los que decían que sí sabían cómo hacer las cosas para "Mover a México".
José Luis Abarca y su "distinguida" esposa son prófugos de la justicia. Pero transcurrieron 72 horas antes de que huyeran de Iguala. El cínico alcalde todavía concedió entrevistas radiofónicas tras los hechos. Se indignó. Hoy lo buscan hasta debajo de las piedras cuando hubiera sido más fácil evitar que saliera del Municipio.
El entonces candidato a la Presidencia Andrés Manuel López Obrador fue advertido por el diputado local perredista Oscar Díaz Bello de los nexos de Abarca con el crimen organizado. El tabasqueño hizo caso omiso. Luego hasta negó conocerlo. El cuento de siempre con este señor. De haber actuado a tiempo no hubiera sido candidato y, por ende, Alcalde.
La Comisión Nacional de los Derechos Humanos emitió una serie de recomendaciones relacionadas con grupos de autodefensa y seguridad pública en Guerrero en diciembre del 2013 pero fueron olímpicamente ignoradas.
Militantes del PRD denunciaron ante distintas autoridades federales y locales de la presunta responsabilidad de Abarca en el homicidio de Arturo Hernández Cardona, uno de los tres activistas de ese partido encontrados muertos el 4 de junio del 2013. Y nada pasó tampoco.
Total que quienes antes, durante y después de los hechos de Ayotzinapa pudieron y debieron actuar no lo hicieron. Y las consecuencias están a la vista. Más aun, los servicios de inteligencia del Estado Mexicano, ciegos frente a todos estos hechos, quedaron en el peor de los ridículos.
La salida de Ángel Aguirre del gobierno de Guerrero no es suficiente. Llegó Rogelio Ortega y nada ha cambiado, salvo sus ocurrentes declaraciones que solo alimentan la especulación.
Como siempre, se hacen presentes las palabras post mortem de condolencia; la frase hecha y la promesa fatua. Tras la incapacidad, ineptitud o complicidad de quienes por acción u omisión propiciaron que la tragedia de Iguala se consumara, viene la excesiva tolerancia por miedo a aplicar la ley. Hechos vandálicos, saqueo, rapiña y bloqueos que nada tienen que ver realmente con los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa ocurren frente a la mirada pasiva de la "autoridad". Se pisotean derechos y libertades de los demás so pretexto de la libertad de expresión. No es otra cosa que un signo ominoso de ingobernabilidad y cobardía para ejercer la autoridad.
Claro que Ayotzinapa duele. Y pudo haberse evitado.
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