El dilema

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Este año se renovarán gubernaturas en 12 estados del país. Algunos de ellos (Hidalgo, Durango, Veracruz, Tamaulipas y Quintana Roo) jamás han experimentado la alternancia política. Siempre ha gobernado el PRI. La tentación y hasta obsesión por mantener el poder es muy fuerte. Venden su alma al diablo o pactan con él a fin de conservar su hegemonía. La sociedad, a pesar de su insatisfacción y rechazo a gobiernos corruptos e inútiles —señaladamente en Veracruz y Tamaulipas— es escéptica en cuanto al resultado final del supuesto sufragio popular. Saben que la voluntad ciudadana está supeditada a la operación política de gobernadores que, como sucede con Javier Duarte, prefieren morir antes de entregar el poder a la oposición que los llevaría derechito a prisión.

Es un círculo vicioso. No sale la gente a votar pues piensan que el marcador está definido antes de comenzar el encuentro. Pero su ausencia es colmada por la eficacia de mapaches electorales bien aceitados que trastocan la voluntad ciudadana con rasurados y apretados triunfos legales mas no legítimos. Sólo así se entiende que a pesar de la bajísima calificación aprobatoria que tiene el presidente de la República, Enrique Peña Nieto, en el ánimo de la gente (32% según la última encuesta publicada por este diario), su partido político siga cosechando victorias aquí, allá y acullá.

Más aún. La figura de los candidatos independientes está siendo utilizada por el propio partido en el poder para diseminar el voto opositor. En efecto. Bajo la máxima de “divide y vencerás”, con una pobre mayoría relativa, pero, mayoría al fin, el PRI apuesta a obtener triunfos electorales aunque ello no sea suficiente para ofrecer condiciones de gobernabilidad. La segunda vuelta electoral no está en su agenda. Saben bien que sería el acabose del tricolor.

Así pues, dos elementos se antojan necesarios para lograr la alternancia en aquellas plazas donde jamás ha gobernado la oposición y para mantener el poder donde finalmente se pudo lograr, como es el caso de Puebla. Una, que la gente salga a votar por su propia voluntad y conciencia, batiendo así el abstencionismo tan anhelado por el PRI. Y, dos, que se consoliden alianzas o coaliciones que permitan sumar a los distintos con fines comunes. Esto no significa mezclar el agua con el aceite, sino organizar un plan de gobierno y alinear sus fuerzas y capacidades en aras de un bien superior, el bien común.

Con el regreso del PRI al gobierno federal, ha quedado claro que su discurso cambió mas no así su genética. Estamos de vuelta en los tiempos de los excesos, las devaluaciones y el endeudamiento excesivo. Y los jóvenes gobernantes (otra vez Veracruz y Quintana Roo) que prometieron una renovada esperanza generacional resultaron ser un fiasco.

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La otra opción, en el extremo, es la de aquel que todo lo critica desde la comodidad de sus spots gratuitos y sin desgaste de mando alguno. Con su habitual hipocresía ofrece soluciones mágicas a un pueblo desencantado con los políticos de siempre. Él es la salvación, la redención. Ah, y en medio, los supuestos candidatos “independientes” levantan el cascajo de tal desencanto vendiendo pureza y virtudes inexistentes. ¡Vaya dilema!


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