Mirarnos por dentro

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En nuestros días se rinde tributo al materialismo consumista, esta vorágine nos ha conducido a disociar la fe de la vida, a mandar al caramba los valores

Será sábado de gloria cuando estas líneas que usted me hace favor de leer se publiquen, casi estaremos al final de la Semana Mayor. Ojalá que hayamos procurado un espacio para encontrarnos con nosotros mismos, estimado un tiempo para pensar y reflexionar sobre nuestro hacer cotidiano, en estos días en que quienes profesamos la fe católica conmemoramos la pasión y muerte del Hijo de Dios. Es reconfortante el camino de la reconciliación con nosotros y con los demás. Olvidar desavenencias y resquemores es bálsamo que sana heridas, es abrir puertas del corazón para permitir que crezca la esperanza y se rehabilite el optimismo.

En nuestros días se rinde tributo al materialismo consumista todos los días, esta vorágine nos ha conducido a disociar la fe de la vida, a mandar al caramba los valores y principios que le dan sustento y sentido a la existencia. 

Nos hemos ido quedando desnudos de esperanza, de esa alegría que cuando fuimos niños nos permitía celebrar y regocijarnos con las cosas sencillas, sin los rebuscamientos que hemos ido imponiéndonos en la adultez y que a veces pesan tanto…Que vuelven infelices a las personas. Tenemos que recapitular y entender que no solo de pan vive el hombre y que esta lucha diaria por el tener, no te conduce a la corta o a la larga, más que a la soledad interior, esa en que a pesar de estar en medio de una multitud, te sigue abrumando.

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Amarrarnos al tener, nos hace egoístas y mezquinos, nos aísla de nuestro yo gregario por naturaleza, nos ata a una serie de necesidades creadas de manera artificial, nos subordina a lo intrascendente y contribuye a la desintegración  total de nuestra existencia.

La Semana Santa es tiempo para el perdón también. Con su muerte el rabino de Galilea nos mostró que sí se puede perdonar, nos dio ejemplo de grandeza de espíritu y de generosidad total. Cuando se perdona se deja de ser rehén del que te ha lastimado. No perdonar equivale a mantener una herida abierta, a revivir el dolor producido y a darle entrada al rencor.

Quienes deciden perdonar lo hacen porque han entendido que no vale la pena desperdiciar su energía remembrando algo que ya sucedió y que no pueden cambiar. Pasado es pasado. Perdonar es deshacerse de ese pasado que lastima y que no sirve para nada edificante. Leí en alguna parte que no perdonar es estar instalado en el rencor, y que eso equivale a sentarse con la persona odiada a tomarse una copa de veneno, y esperar que se acabe muriendo por envenenamiento. 

Que absurdo…Eso no va a suceder. Perdonar es resurgir como la mítica ave fénix, de entre las cenizas. 

Hagamos un recuento de lo vivido, quitemos la paja y quedémonos nada más con las semillas que vuelven felices, fuertes, prósperas y exitosas a las personas y sembrémoslas en nuestro ánimo y en nuestra inteligencia, para que crezcan y den frutos.  

Las personas que logran sobreponerse a sus tragedias pasadas, a períodos difíciles de dolor emocional, rompen con su papel de víctima, y mueven su voluntad hacia una vida nueva. Aprenden a ser resilientes, la resiliencia no es más que la capacidad de sobreponerse a la adversidad y ser fuertes en las situaciones de crisis.

Atrevámonos a cambiar rutas, rediseñemos nuestro proyecto de vida. Privilegiemos el diálogo y la tolerancia, volvámonos conciliadores, aprendamos a ver la vida con los ojos de la inteligencia y la pasión del corazón.

Seamos felices y coadyuvemos para que quienes están cerca de nosotros también lo sean, esto se multiplicará, que no nos quepa duda.

Mañana es domingo de resurrección. 

¡Felicidades!


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