Deserción escolar, la otra pandemia

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Por: Marcos Pérez Esquer

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La pandemia por Covid-19 ha traído consigo no solo una crisis estrictamente de carácter sanitario, ya se ha hablado mucho del hecho de que también exacerbó la crisis económica, y digo que la exacerbó porque no se puede decir que la generó, en realidad la crisis económica ya estaba gestándose y notándose desde el año 2019 con el inicio del gobierno federal actual que comenzó su administración tomando decisiones económicas de lo más erradas.

Pero también exacerbó la crisis de inseguridad, una crisis que ya venía incluso de lustros atrás, pero que, cuando la ciudadanía tuvo que confinarse por meses tratando de evitar el contagio del coronavirus, el crimen organizado aprovechó para tomar la plaza pública e incrementar su influencia y presencia en grandes segmentos del territorio nacional.

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De lo que no se ha hablado de manera clara, es de la crisis educativa que la pandemia también está propiciando. Aisladamente habían saltado algunos datos de parte de instancias de la sociedad civil y de los medios de comunicación que alertaban sobre la posibilidad de que el modelo de educación a distancia implementado por la Secretaría de Educación Pública (principalmente a través de radio y televisión, y parcialmente a través de internet), no estaba funcionando adecuadamente.

En el caso de la educación en línea, por el hecho de que nuestro país adolece de graves carencias en materia de conectividad; grandes sectores de la población aún no cuentan con servicios de telecomunicaciones o con dispositivos capaces de conectarse a la internet. Pero incluso quienes sí podían conectarse, vieron un claro detrimento en la calidad de la enseñanza que recibían porque simple y sencillamente nunca será lo mismo estar frente a frente con la o el maestro, en un aula y tiempo espacialmente dedicados a la educación, que hacerlo a distancia con todas las distracciones que ello puede implicar.

Y en el caso de quienes reciben educación a través de radio y televisión la cosa está aún peor; es evidente que dejar a una niña o un niño -o incluso a adolescentes o jóvenes-, frente a un televisor o una radio, a poner toda la atención para aprender, es punto menos que un sueño guajiro; no pasarán más de cinco minutos antes de que se distraigan en cualquier otra cosa; eso ya había sido demostrado en las décadas de los 50s y 60s en los que incluso televisoras públicas tan serias como la BBC de Londres lo intentaron sin éxito. Claro, en el contexto de la pandemia, era mejor intentar eso que nada, se entiende, pero sí que habría sido posible idear un modelo que exigiese algún tipo de interacción y evaluación de las y los estudiantes por parte de sus docentes.

El punto es que, a estas alturas, por un estudio realizado por el INEGI, nos estamos enterando de la magnitud y la gravedad de la situación que todo esto generó.

El estudio revela que 8.8 millones (casi 9 millones) de estudiantes dejaron la escuela en este ciclo 2020-2021.

De esos 8.8 millones, 3.6 millones lo hicieron por la necesidad de trabajar, se trata principalmente de jóvenes y adolescentes, pero en ese grupo también hay niñas y niños que se vieron obligados a incursionar en el trabajo infantil para apoyar la economía familiar inmersa en la gravísima crisis económica en la que están tantas de ellas.

Otros 2.9 millones de estudiantes desertaron de la escuela por falta de recursos, es decir, no es que hayan tenido que trabajar, simple y sencillamente ya no contaron con los recursos económicos que les permitieran sufragar los gastos indispensables que implica el estudio.

Y otros 2.3 millones, aducen no haber seguido sus estudios por cuestiones ahí sí, de carácter estrictamente sanitarias, es decir, o padecieron la enfermedad, o la padeció quien se encargaba de su cuidado y resguardo.

8.8 millones de personas supera a la población entera de un gran Estado como lo es el de Jalisco, y a casi 25 veces la población estudiantil total de la UNAM.

Estamos hablando de personas entre 3 y 29 años de edad que sufrirán un muy duro golpe en cuanto a su desarrollo cultural, en cuanto a sus aspiraciones de movilidad social, y en cuanto a su futuro en general.

Esta crisis, la crisis educativa y cultural, la crisis de estancamiento de la movilidad social y de las esperanzas de un mejor futuro para millones de personas, es quizá mucho peor, y de efectos más duraderos, que la propia crisis económica y de salud. El país lo resentirá por décadas.


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