En la ciudad no existe una alerta ante la influenza. El número de casos confirmados no la amerita, asegura el gobierno local.
En la Ciudad de México no existe una alerta ante la influenza.
El número de casos confirmados no la amerita, asegura el gobierno local. Sin embargo, de la experiencia han aprendido.
En retrospectiva, después de la epidemia de Influenza A H1N1 en 2009 –en aquel momento inicialmente denominada influenza porcina— el gobierno de la ciudad aprendió a no subestimar a la enfermedad y desarrollar los protocolos de atención necesarios.
Pero de ninguna manera es momento de dormirse en los laureles. Las autoridades locales han minimizado los casos confirmados pues, aseguran, están, incluso, por debajo de los registrados en 2015.
En el caso de la Ciudad de México, la Secretaría de Salud, al efectivo mando del doctor Armando Ahued, afirma que sólo se han presentado dos defunciones de los 180 casos confirmados de influenza, lo que nos ubica 13 por ciento menos que el año pasado.
En contraste, a nivel nacional, tan sólo en la temporada de influenza —que inició en octubre— a la fecha se han presentado 870 casos y 34 defunciones en el país, lo que ha llevado a las autoridades de salubridad federal a elevar la alerta y activar sus protocolos de atención.
En los estados la situación no es distinta. Sonora reporta 490% más casos de influenza; en Sinaloa han fallecido al menos 19 personas por la enfermedad.
El panorama no es alarmante, se reconoce, sin embargo las cifras tampoco son menores y cualquier defunción a causa de una enfermedad prevenible y curable es por demás lamentable.
Dicho lo anterior, es menester reconocer que no puede minimizarse la tasa de contagios a nivel nacional y a nivel local.
El gobierno de la Ciudad de México no puede y no debe confiar única y exclusivamente en las campañas de vacunación como medida de prevención y pasar a estrategias de atención como el garantizar el suficiente abasto de los medicamentos para el tratamiento de los enfermos.
La pandemia de 2009 nos marcó a todos. Las autoridades se vieron superadas por una enfermedad que desconocían, de fácil propagación y de la cual no sabían cuál sería su efecto real en términos de tasa de mortandad, y tampoco había una vacuna para su prevención.
Pero no sólo la administración pública aprendió de la experiencia, los ciudadanos nos volvimos más precavidos. Cambiamos nuestras costumbres, usamos desinfectantes, acudimos a vacunarnos.
Atendamos las medidas de prevención que nos recomiendan las autoridades de salubridad, seamos responsables ante los cambios de temperatura, no recurramos a la automedicación, acudamos al médico ante los síntomas.
Reducir el número de casos y su mortandad inicia por una cultura de la prevención de los ciudadanos y termina en las acciones de atención de las autoridades.
Mantener a la baja los casos de influenza es un trabajo de conciencia y prevención de todos, así que hagamos lo que está en nuestro alcance y a las autoridades exijamos que las medidas no se queden únicamente en las campañas de vacunación y concientización.
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