Autoengaño

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Deja ya de engañarte,
eres la causa de ti mismo,
de tu necesidad, de tu fracaso.
Pablo Neruda

La lectura simple de una realidad compleja ha generado consistentemente una enorme capacidad de autoengaño frente a casi todas las realidades que enfrentamos.

Hace poco más de veinte años, por razones de trabajo, viajaba con frecuencia a diversos países de América Latina, especialmente a Colombia.

Eran los años en que figuras como Pablo Escobar, en Medellín o los Rodríguez Orejuela, en Cali, dominaban los mercados de la producción y exportación de drogas. Periodistas como German Castro Caycedo, con extraordinario valor e inteligencia, daban cuenta de la difícil realidad que a diario enfrentaban millones de colombianos y de las redes de complicidad e impunidad con que operaban los criminales, cómo se había colapsado el gobierno.

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Recuerdo que al hablar en México sobre lo que en ese entonces se vivía en Colombia, de inmediato escuchaba voces descalificando absolutamente la más mínima posibilidad de que algo así pudiera suceder en nuestro país, pues afirmaban con gran contundencia que México sólo era un país de tránsito y jamás sería ni de consumo ni tampoco de producción a gran escala.

Seguí viajando a Colombia, admirando el increíble e incansable espíritu emprendedor de la mayoría de sus ciudadanos, atenta a decisiones inéditas como cuando los empresarios más poderosos se constituyeron en un sindicato para proteger sus inversiones y evitar la infiltración del crimen organizado. Observé también el sufrimiento provocado por los secuestros, las extorsiones, los asesinatos y el fortalecimiento de los grupos paramilitares.

El autoengaño de suponer que nuestro país estaba blindado de riesgos similares frente al narcotráfico, sólo ayudó a los criminales a apropiarse de territorios y a construir sus propias redes de corrupción e impunidad.

El autoengaño ha dado lugar a decisiones erróneas y de altísimos costos, porque parte del principio de que la complejidad se resolverá siempre y cuando: no se hable de ella, siempre y cuando se haga todo por ocultarla, siempre y cuando pase el tiempo y la memoria colectiva lo olvide o se ocupe en una nueva crisis, escándalo o desafío. El autoengaño es el mejor camino para vulnerar la vida institucional de un país y también la credibilidad, confianza y esperanza de los ciudadanos.

Si las respuestas a lo complejo son las respuestas simples y cómodas de dar por hecho que todos los problemas que enfrentamos vienen de fuera, o que lo que vivimos es consecuencia de la conspiración de otros, o que quienes tienen la responsabilidad de tomar las decisiones y ejercer su liderazgo son “víctimas de la incomprensión” y nadie los entiende, o en el peor de los casos dar por hecho que callando o desapareciendo al mensajero se resolverán los hechos denunciados que lastiman profundamente a la sociedad, el círculo perverso del autoengaño se fortalecerá y con ello la pérdida de presente y futuro serán cada vez mayores y con peores consecuencias.

Por increíble que parezca, todavía se registran casos en que diversas autoridades organizan flotillas a temprana hora para comprar todos los ejemplares de tal o cual revista o periódico si aparecen en sus páginas en alguna situación crítica, haciendo de cuenta que al “desaparecer” los ejemplares desaparecerá también el caos o los delitos que han cometido.

A lo largo de la historia los ejemplos sobran. Desde la creencia de los americanos de que ganarían la guerra de Irak en unos cuantos días, hasta la respuesta tardía y carente de reconocimiento de la complejidad y gravedad del caso Ayotzinapa.

El autoengaño se ha convertido para muchos en una forma de vida. Desde el obeso que apuesta a los productos milagrosos para perder sobrepeso en unas cuantas horas, hasta la cotidiana práctica de sólo preguntar a aquellos que a todo nos responderán que sí, o que nos confirmaran una y otra vez, que tomamos las mejores decisiones aunque el resto –en ocasiones millones de ciudadanos– no nos comprendan o no las “entiendan”.

Sólo que el autoengaño siempre tiene un freno y un poderoso obstáculo que terminará por revelarse o explotar: la terca realidad, porque en el autoengaño la única realidad que nos encargamos de cambiar es la de nuestra mente.

Aunque como bien dice un proverbio árabe : “la primera vez que tu me engañes la culpa será tuya, la segunda ya será mía”.


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